Nacionalismo: Así hablaba Kapuscinski

El periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski recibió,  en 2003, el “Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades”.

Sus lecciones de historia  y la actual situación de Cataluña, nos han llevado  hacia  sus despejados análisis sobre el nacionalismo que tanta sangre hizo derramar en la moderna Europa.

 Nacido del odio, el nacionalismo feroz ha creado una sinrazón canallesca  y la más abstrusa mezquindad.

Los nacionalistas catalanes no aprenderán nada de esa estas líneas ya que envueltos en la oscuridad de la “caverna de Platón”, siguen la metáfora del decaimiento y ficción que nubla el raciocinio en que se hallan.

 Habla ahora el autor de “El mundo de hoy” y “Los viajes de Heródoto”:

“El nacionalismo tiene muchos rasgos característicos, pero dos de ellos son particularmente peligrosos y abominables. El primero es la arrogancia y la soberbia que encierra la convicción de que la cultura propia es superior a la de otros. El segundo consiste en que la singularidad propia se define mediante la hostilidad contra otros, mediante el rechazo de otros que son presentados como enemigos, principalmente las comunidades y sociedades vecinas. Consideran que la única eliminación eficaz del peligro - que, por lo regular, sólo existe en su imaginación, porque casi siempre suele tratarse de enemigos inventados - es el aplastamiento físico del adversario e incluso su aniquilamiento total. El nacionalismo, para que pueda cuajar, tiene que disponer de la imagen amenazadora de un enemigo. Cuando el nacionalismo no dispone de un enemigo real, lo inventa, porque lo necesita de manera inapelable.

De gran ayuda les sirven los medios de comunicación contemporáneos, ese potente y omnipresente instrumento de la manipulación y la propaganda que es la prensa, la radio y la televisión.

Muchos pensadores contemporáneos, como Gellmer, Mosse, Hobsbwan y John Lukacs, consideran que el nacionalismo es la ideología principal y dominante de nuestros tiempos y ponen de relieve su destructora agresividad. El nacionalismo es una ideología combativa y sus ataques pueden adquirir muy diversas formas (también sabe agazaparse, sumirse en letargos temporales). Sin embargo, las ofesivas del nacionalismo no son reacciones autónomas y espontáneas. Siempre son reacciones meticulosamente preparadas u organizadas por el poder, por sus cuadros, sus estructuras y los medios. Esas reacciones siempre tienen un objetivo muy concreto y víctimas cogidas de antemano. Esas reacciones tratan no sólo de dañar al enemigo, sino de destruirlo de manera definitiva. Y precisamente esos intentos de alcanzar el triunfo máximo son uno de los rasgos fundamentales del nacionalismo contemporáneo.

Pero, ¿quién es el enemigo real o inventado que aprovecha el poder, con su cruzada nacionalista, para fortalecerse o ampliar sus influencias? ¿Cómo es la imagen del enemigo? Ante todo, es una imagen colectiva, porque el enemigo, en tanto que individuo aislado, no es peligroso. La que es peligrosa es la masa enemiga. En este caso, la identidad nos muestra su doble imagen, sus dos caras. Una de ellas es la salvación de aquel que busca y quiere conservar sus raíces; la otra es la maldición y el estigma, que pueden convertirse en condena.

El nacionalismo es la patología, la enfermedad de los tiempos modernos. Pero tiene un antecesor, un modelo, por cierto, aún vivo en muchas partes y situaciones. Me refiero al tribalismo, a la filosofía de las clases, de los vínculos tribales y de los clanes, también alimentada y animada por las élites y siempre enfilada contra los vecinos más o menos cercanos.

La percepción del “otro” como de una amenaza, de un representante de las fuerzas extrañas y destructoras, fue común a todos los regímenes nacionalistas, autoritarios y totalitarios conocidos por nuestra época. Se trata de un fenómeno registrado en todas las culturas y, con tristeza tengo que constatar que ninguna civilización resultó ser impermeable ante el veneno del odio, del desprecio y de la destrucción, inoculado por los líderes e ideólogos nacionalistas. La misma enfermedad era propagada por los regímenes más diversos y en las latitudes más distantes. Sus manifestaciones extremas acarrearon numerosos casos de genocidio, de ese crimen masivo que se repite una y otra vez, y que, por desgracia, es uno de los rasgos característicos del mundo moderno.

Todas las ideologías contemporáneas que se nutran del odio, el nacionalismo, el fascismo, el comunismo y el racismo aprovechan la propensión del ser humano al rechazo del extraño, hacia el desconocido, hacia el diferente. El poder sabe transformar ese rechazo en hostilidad e incluso hasta en deseo de matar”.

Sí, de esa manera espacia, concisa y real, pensaba del nacionalismo que hoy descalabra a España,  el reconocido Ryszard Kapuscinski.



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