Xuan Xosé Sánchez Vicente

De Gila y de Libia. De Gila no, evidentemente, por las víctimas -mortales o de otro tipo-, sino por la forma en que se está llevando y por la en que la percibe la opinión pública occidental.
Empecemos por las divinas palabras, aquellas con que los Pedro Gailo de turno conmueven y mueven a las masas supersticiosas: «guerra legal». Ninguna guerra es legal ni podrá serlo nunca. A las guerras convendrán, en parte según la perspectiva de los actores, otros calificativos de tipo moral, religioso, descriptivo o secuencial, pero nunca el de «legal» o «ilegal». La guerra es, precisamente, la ruptura del marco de convenios y acuerdos entre comunidades, esto es, la ruptura del mundo de lo jurídico o lo transado en el que se basan las relaciones habituales, esto es, en tiempos de eso que llamamos «paz». La guerra supone, pues, el salto a otro orden de cosas, el de la ajuridicidad. Decir, por tanto, «guerra legal» equivale a proclamar la «sidra de agua» o la «fabada de garbanzos», un no-sentido.
Sigamos por las preguntas. ¿Quiénes son los «rebeldes»? Es obvio que, aunque mal armados, tenían una cierta organización y una cierta capacidad militar. ¿Constituyen una entidad unitaria o son un conglomerado de elementos dispersos? ¿Quién les había proporcionado las primeras armas y los había entrenado y dotado de mandos, aunque en grado mínimo todo ello? A esa entidad unitaria se la reconoce, desde el primer momento, como tal por algunos países occidentales. ¿Esos países tenían conocimiento cabal ya de la especificidad y finalidades de «los rebeldes»? ¿Tal vez los habían adiestrado? De ser así, ¿con conocimiento de otros países occidentales? ¿Es esa la razón por la que EEUU da un paso atrás?
Sobre la forma de llevar la guerra. Puesto que el objetivo explícito de la operación es derrocar a Gadafi -aunque el pretexto o el arranque haya sido el de una exclusión aérea para salvar vidas- ¿cómo es posible querer ganar una guerra «disparando poco», o disparando unos días sí y otros no, o sólo cuando el enemigo se acerca demasiado a algunos puntos vitales de «los rebeldes»? ¿Cómo es posible que en un conflicto que se desarrolla en frentes confusos se pretenda disparar sin matar civiles o sin confundirse de enemigo o, acaso, sin matar al enemigo demasiado? ¡Y mandar aviones a una guerra para que no disparen y sólo controlen la circulación de aviones que no existen? ¿Cómo, finalmente, querer que Gadafi resigne sin querer hacerle pupa y no ofreciéndole otra salida que la cárcel y la miseria? Las preguntas podrían multiplicarse. Muchas respuestas, en todo caso -y al margen de la tragedia de las víctimas-, tienen un tono entre risible y bufo.
Concluyamos, casi, por la semántica. ¿Se han dado ustedes cuenta de que a los opositores a Gadafi no se los llama «la insurgencia» (como en las revoluciones llamadas marxistas), ni la «resistencia» (como en la guerra civil de Irak en que las «cabezas» de occidente estaban contra Bush y EEUU), sino «los rebeldes», que tiene un matiz juvenil y a lo Robin Hood? ¿Quién habrá inventado el nombre para ustedes? ¿Y el anuncio de dotar a los rebeldes de sólo «armas defensivas»? ¿Serán acaso escudos y picas? ¿Los gomeros entrarán en la categoría de armas defensivas?
Vayamos finalmente a Aznar. ¡Qué poco delicado este chico! No se ha recatado en recordar que tanto él como Zapatero y otros próceres occidentales anduvieron, literalmente, de la mano de Gadafi (acudan a los vídeos de la red) o que el Reino Unido, tras negociar con el dictador libio, liberó en el 2009 a Abdelbaset Ali al Megrahi, la mano ejecutora del atentado de Lockerbie. ¡Pero, hombre, don José María, proclamar, usted, que el rey está desnudo!
En fin, si no fuese por los muertos y el sufrimiento, «de Gila» todo: la guerra, los gobiernos, la opinión pública, todo ello.
ADDENDA. Por cierto, ¿están ustedes tan seguros como yo de que Josu Ternera está perfectamente localizado y, digámoslo así, «perfectamente protegido»? ¿Por qué y para qué? ¿Creen ustedes que será para que rubrique algún acuerdo el día en que se produzca?



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