El olvidado 11 de marzo

A 16 años  de los atentados producidos por la explosión de 10 bombas en cuatro trenes de cercanías en Madrid, provocando la muerte de 193 personas y cerca de 2.000  heridos, la presencia cruel del coronavirus ha opacado el amargo recuerdo del peor crimen padecido en España, llevado a cabo por Al Qaeda y el Grupo Islámico Combatiente Marroquí. 

Hace tiempo – tal vez como hace siglos en la España con  presencia árabe - , miles de islámicos llegan  a nuestras las ciudades y montan  sus tiendas del desierto sin integrarse, intentado imponer  las leyes de la Sharia. No son todos indudablemente, pero los graves atentado ocurridos en los últimos años en ciudades europeas, demuestran que la lucha de civilizaciones aún no ha finalizado.  

Imanes fanáticos llenan  de minaretes las urbes del continente en espera de lanzar sus odios ancestrales sobre el viejo territorio cuna de la florescencia del pensamiento humano y el diálogo.  

Sabemos ahora que nuestro primer enemigo cruel no era Bin Laden ni Al Zarqaui, sino el Corán cuando está en manos de mentes desequilibradas. 

Ya el inglés  Paul  Johnson alertaba del peligro islamista, una religión arraigada en el desprecio a los valores del hombre, y cuya misión es  hacer fenecer y convertir en polvo, la cultura occidental.  

Cada año millones de personas en el Tercer Mundo, a cuenta de pequeños auxilios económicos venidos de los países petroleros del Golfo, realizan  una sencilla declaración  de fe en presencia de dos testigos:  

“No hay más Dios que Alá, Mahoma es el Profeta de Alá”. 

El dogma,  nacido entre Medina y La Meca, no es una afirmación privada, sino una forma de vida. Tutela  la comida, el atuendo,  la economía, los impuestos, el trabajo, la justicia y los castigos. La guerra y la paz y  toda vida doméstica; el matrimonio, herencia, educación,  dietas, y la forma de  beber un vaso de agua o mantener  relaciones sexuales. 

Es así,  que la difusión del Islam siempre se basó en la implantación de sus ideas,  sin bosquejarse tampoco el “libre albedrío”. La misma palabra “Islam” significa sumisión.  

La penetración de las leyes coránicas en la vida del viejo continente, demuestra que miles de europeos transitan al lado de personas hostiles  a la civilización  de Carlomagno, Erasmo de Rótterdam, el Renacimiento, la Ilustración, el Despotismo Ilustrado,  Botticelli, Leonardo, Buonarotti,  Rafael, Descartes, Lutero, el calvinismo, la Contrarreforma  y la amplia progresión del Humanismo.  

 No todo musulmán es terrorista. Sería irracional  siquiera  pensarlo. Eso no impide admitir  la presencia de catervas retrógradas dispuestas a convertir en polvo de secano a todo no creyente 

La tolerancia, cuando llega de un solo lado, produce monstruos.  Alá, Yahvé y  Dios son uno e indiviso: Adán, Noé, Moisés, San Juan Bautista, Jesucristo y “Siloh”, Mahoma,  sus profetas. Cada hombre o mujer es carne y sangre de un mismo cuerpo.  Uno ama y siente en la misma proporción  del otro, nuestro semejante. Es malo olvidarlo: vamos en la misma barca-tierra,  y nos salvaremos  unidos o nos hundiremos   en cambote.   

Los aniversarios de sucesos intolerables, son ocasiones para la remembranza y la memoria de sus causas. El atentado de Madrid supuso una verdad temible: un fantasmagórico y fanático ser habita entre nosotros, los apegados a Occidente: el fundamentalismo islámico o de cualquier otra impositiva creencia inhumana.   

 



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