Greta, el embustero, el fariseo y el delincuente

No es un remake de «El bueno, el feo y el malo» con protagonista añadida; es el título de la lamentable historia que nos está tocando vivir.

Somos una sociedad sin personalidad, sin recursos intelectuales, incapaz de pensar por sí misma, sometida como un rebaño, y por eso necesitamos valernos de mitos, de ídolos, de caudillos, aunque sean falsos, hipócritas y de pacotilla.

Greta, la adolescente sueca, es la mejor prueba de ello.

¿Alguien con un mínimo sentido común puede pensar que una niña de 16 años a la que le escriben los discursos puede salvar el planeta? ¿No nos damos cuenta de que detrás de esa menor de edad hay montado todo un negocio abanderado por sus padres, el uno actor, la otra cantante, pero ambos frustrados y decadentes?

¡Me han robado los sueños y la niñez!, proclama Greta con cara avinagrada y voz quejosa.

No le falta razón, pero sus dardos debería dirigirlos contra sus progenitores, que son quienes realmente le están robando los sueños y la niñez obteniendo pingües beneficios por ello.

Greta es un mito escatológico que intenta convencernos con imposturas de que merecemos un castigo por nuestras malas conductas para con el planeta, cuando la que realmente merece reproches es ella, que, por su edad, debería estar escolarizada y tratada de su enfermedad, y dejar sus reivindicaciones para cuando esté en condiciones de abanderarlas.

Algún periodista comparó el caso Greta con el caso Nadia.

No sé porqué, pero Greta me recuerda a Sánchez, y aseguro que no estoy obsesionado con el personaje, por más que algunos me reprochen que lo utilizo como diana habitual de mis dardos y que, en ocasiones, lo insulto.

Rechazo ambos juicios.

Criticar a Sánchez es un deber público y patriótico porque el panorama que nos está dibujando, aunque todavía en boceto, es desolador. Profeso un profundo respeto a nuestras instituciones y a nuestros gobernantes, y jamás se me ocurriría convertirlos en destinatarios de mis invectivas, pero llamar a Sánchez embustero, insensato y plagiador no es insultarlo, es describir su realidad.

Sánchez se parece a Greta por su ambición y su codicia desmedida.

A Sánchez lo único que le importa es seguir gobernando a costa de lo que sea, hasta el punto de pactar con el mayor fariseo de la historia de España (nunca saldré de Vallecas…) y con un delincuente. Insoportable.

De la mano del sibilino, peculiar y peligroso Iceta, perejil de todas las salsas, se saca de la manga un término con el que cree que contentará a los secesionistas: las nacionalidades. Parece que serán nueve: Galicia, Aragón, Valencia, Baleares, Canarias, Andalucía, País Vasco, Cataluña y Navarra. ¿Y Asturias? ¿Dónde está Asturias?

Ambos deberían leer los debates constitucionales en los que algún parlamentario, al referirse a esta cuestión, decía que el constituyente, al introducir el término nacionalidades, estaba fabricando una bomba de relojería que, además de ser un trampolín a la secesión, ponía un tapón en el tubo del cañón en lugar de descargarlo.

Dicen que el término nacionalidades fue un invento para proteger la unidad de España.

Este es otro de los legados envenenados que nos dejaron los «padres de la Constitución», a los que deberíamos dejar de honrar cada seis de diciembre porque, obsesionados con logar un amplísimo acuerdo, aparcaron de oído en temas cruciales.

Siguiendo con los debates constitucionales, tanto el PNV como CiU prometieron que la introducción del término en cuestión culminaba sus aspiraciones, que no habría más nación que la española y que nunca promoverían el secesionismo.

En fin, vivimos entre embusteros. Nos va mal y nos irá peor.

«No hay peor tiranía que la que se ejerce a la sombra de las leyes».



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