Del insomnio al amor incondicional

  Un país en el que, lamentablemente, se puede calificar al aspirante a Presidente del Gobierno de impostor, embaucador, farsante, embustero, mentiroso, cínico, cuentista, hipócrita, irresponsable, irreflexivo, insensato, tarambana, necio, cantamañanas, caradura, aprovechado, veleta, fariseo, falso y plagiador –por no agotar el resto de los sinónimos de cada uno de estos términos sin temer por ello reproche penal ni social alguno– es un país que tiene un serio problema.

En efecto, un sujeto merecedor de todos estos calificativos –que en cualquier país de Europa estaría inhabilitado para ser aspirante a ejercer la jefatura del ejecutivo– es el que nos ha tocado en suerte por una mala interpretación de la decisión democrática de nuestros conciudadanos.

Los españoles votamos mayoritariamente por un Gobierno constitucionalista, y cualquier candidato socialista que no fuera el ínclito personaje que el destino nos ha puesto en el camino así lo hubiera entendido y ejecutado.

Lejos de ello, se alía con el peor socio de los posibles, que tilda a los separatistas condenados por el Tribunal Supremo como presos políticos y es claramente partidario del referéndum. La luna de miel se tornará en breve en luna de hiel, a menos que el inclasificable tire por la borda lo conseguido en los últimos cuarenta años y ceda a las pretensiones de toda esa pléyade de chantajistas y «aprovechateguis» que necesita, inexorablemente, para la investidura.

Poco le importará el interés público, que dejará de serlo en cuanto no coincida con el suyo. Será capaz, incluso, de dar el visto bueno al nuevo estatuto de autonomía que ya tiene redactado el PNV de acuerdo con Bildu y que supone la destrucción del Estado. Se inventará cualquier coartada para vender este producto envenenado.

Y tengamos muy claro que pactará con quien haga falta, porque unas terceras elecciones le apartarían del poder y lo pondrían a los pies de los caballos en su partido.

Las pruebas más evidentes de la falacia en la que estamos envueltos e indefensos son las preguntas que han sido sometidas a votación en cada uno de los partidos que aspiran a gobernar, activa o pasivamente.

La del PSOE es ofensiva para el sentido común por maliciosa y simple: «¿Apoya el acuerdo alcanzado entre el PSOE y Unidas Podemos para formar un Gobierno progresista de coalición?».

Pero se silencia, ladinamente, que ese «Gobierno progresista» necesita para consolidarse de los apoyos, por acción o por omisión, de ERC, Bildu, el cóctel de los partidos territoriales y, lo más peligroso de todo, la implicación del PNV, que, en su línea habitual, obtendrá la mayor tajada.

Ante este panorama, ante ese cáncer para la democracia, Vox no pasa de ser un simple resfriado.

La pregunta de Unidas Podemos, que no reproduzco por falaz, encubre una realidad que atenta contra las reglas elementales de cualquier política seria porque ni más ni menos que supone al acceso al poder de la pareja de demagogos venidos a más: uno, en una Vicepresidencia, y la otra, en un Ministerio. Y hay gente que los sigue votando. En fin, populismo en estado puro.

La de IU es de risa. Interroga sobre si los militantes están de acuerdo con que IU participe en el Gobierno. Como para decir que no: son cuatro gatos que nunca soñaron con tocar poder.

La de ERC rebaja las exigencias hasta tal punto que admitirían que la «mesa» a la que aspiran fuera de IKEA, aunque tuvieran que montarla ellos mismos. Confiemos en que entre Europa y los sensatos barones del PSOE que aún quedan se ponga freno y mucho rigor, antes de que los españoles entremos en «rigor mortis».

Pedro a Pablo: «Las ovejas se rindieron al saber que tú eras la causa de mi insomnio».



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