El dilema de la justicia

Hoy es uno de esos días que cada semana dedica al dios griego antropomórfico de la guerra, Marte. Lo pintan siempre armado y desafiante, torvo y amenazador. El martes es día desafortunado del refranero, en él, “ni te cases ni te embarques ni de tu mujer te apartes”, y lo peor es cuando cae en trece, que hoy no, hoy, por poco, es once del mes de octubre, el octavo mes, que ya no es octavo, sino décimo del calendario gregoriano.

A fuerza de acontecimientos mayores, medianos y menores, la gente ha ido colgándoles a los días y los meses identidades que luego se borran al cambiar las circunstancias, pero no los nombres.

En Córdoba, “lejana y sola”, no se si describe o define García Lorca, desparecieron el sábado dos niños, dos hermanos, que la mayor tiene seis años. Despliegue de sospechas, agentes y perros, pero los niños no aparecen. ¿Se fueron solos? ¿Se los llevó alguien? Tiene que ser horrible para un niño perderse o que deliberadamente lo pierdan en este tumultuoso mundo. Y no digo para su desgraciada familia.

Si alguien se lleva a uno o a varios niños y los esconde, los roba o incluso los mata ¿qué debe hacerse, si se le logra identificar y coger? ¿Cómo se puede en caso como éste, restablecer la justicia, reequilibrarla, como decía Sócrates que debe hacerse en todo caso?

Por la noche, habrá fútbol internacional. Muchísima gente aullará animando o insultando a los contendientes. Los niños ¿habrán aparecido para entonces? ¿Vivos y aterrados? ¿Muertos? Tal y como son los niños, hasta cabe que aparezcan, el buen padre Dios lo quiera, doblando una esquina, sonrientes, asidos de la mano, comiendo una gominola y asombrados preguntando por qué tanto barullo en su calle. Ojalá.



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