Mi amigo Lucio Campana vió a Dios

Una noche de cigarrillos, cervezas y confidencias, mientras estábamos sentadas a la mesa de un bar que frecuentábamos, Lucio Campana me contó que un día, mucho tiempo atrás, mientras plantaba unas matas de tomate en su pequeña huerta, se produjo a muy corta distancia de él un asombroso resplandor y del centro de ese resplandor apareció una figura que inmediatamente reconoció que era Dios. Y Dios con una voz muy comedida y agradable le dijo: “Llevas ya algún tiempo agobiando a mi madre, la Virgen de Guadalupe, con que me diga que deseas verme para pedirme algo. Bueno, para que no la molestes más, aquí estoy para escucharte. Di lo que sea”.

        —Joe, macho, esto es para no creerlo —le dije sincero, incrédulo.

        —Pues créelo porque lo que te estoy diciendo es tan cierto como que ahora estamos tú y yo aquí en el bar Los Pegotes pasándolo bien.

        —Vale. Haré como que te creo. Sigue.

        —Bien, sigo. Y entonces yo le dije a Dios: Quería verte para preguntarte: ¿Por qué permites que otros se hagan ricos y yo no? ¿Es que acaso lo merezco menos? Y Él, muy serio, casi enfadado me respondió: “No te hago rico porque eres uno de mis hijos favoritos y no quiero que pierdas tus buenos sentimientos explotando a la gente humilde para hacerte rico y destrozarte el cuerpo y el alma con los numerosos vicios a los que te abocaría la riqueza. Confórmate con el extraordinario privilegio que acabo de concederte”. ¿Pero que privilegio ni que niño muerto? —protesté disgustado. Y Él me contestó convincente: “El privilegio de haberme visto. ¿A cuántos conoces que hayan tenido este privilegio que acabo de concederte?” Tuve que admitir que a ninguno. “Pues confórmate con eso, y deja de molestar a mí madre, que a ti tampoco te gustaría que yo molestase a la tuya. ¿Cierto?” Reconocí que tenía razón. Él entonces me bendijo se metió dentro de aquella especie de enorme huevo de luz cegadora y desapareció.

         Yo dejé escapar un suspiro y no supe si sentir lástima de Lucio Campana o envidia. Yo soy uno de esos muchos que nunca ha visto a Dios.

         Busqué al camarero con la vista. Lo localicé. Él me vio y le enseñé dos dedos. Al minuto siguiente él nos servía otro par de cervezas.

         A partir de aquel momento Lucio Campana y yo nos pusimos a hablar de fútbol. En esta materia podíamos estar parejos.



Dejar un comentario

captcha