Sella de mis recuerdos

 

Cuando era yo un mozu era costumbre veraniega –y no sólo veraniega—tirar de mochila y tienda de campaña, xuntase con unos amigos –cuando se podía, también amigas, pero la tarea era más bien dificultosa, por lo que ello era más raro—y viajar por Asturias con un mapa mental como el de les palomes, que saben donde parar a beber, comer y dormir, sólo que lleno de cruces que no eran de tesoros, sino de romeríes y fiestes del llugar. El Sella, claro, era cita indeleblemente impresa en el mapa genético de aquellos astures que no somos hoy.

 

Lo de la tienda de campaña también tenía su aquello, pues las más de las veces, siendo sanos y robustos, y habiendo corrido la sidra con tanta presteza como largueza, la yerba seca amontonada en un práu o encamada en una cuadra, servían a modo de colchón siendo el cielo o la madera de la tenada los techos más habituales. Por cierto, quien no haya dormido encima de unes  vaques no sabe el calorín que dan y lo bien que se siente uno.

Así que en varias etapas, unas en tren, otras en el coche de San Fernando acabábamos llegando a orillas del Sella para incorporarnos a la juerga, la camaradería y el ligoteo. Eso, cuando no acababa habiendo palos na romería, aunque nunca nada trágico.

 

De aquella, había afición por los palistas, sí, pero más que el hecho deportivo interesaba el fenómeno humano en sí, el encuentro anual con otras tribus de astures, el conocimiento de féminas ornadas con el exotismo de lejanas procedencias y, en general, el disfrute de una vida perezosa en la que manaban desde las cumbres ríos de sidromiel y daban los matos embutidos y laterío variado.

 

El triunfo de los vencedores se celebra a modo, a menudo sin saber bien quiénes –cualos, ho—eran, pero siempre respetando su valor y resistencia que en ocasiones quise emular con algunos de mis amigos de entonces con el previsible resultado de chapuzón y mancadura.

 

Hoy sigo el evento desde la Tele, porque, la verdad, los calores extremos y las multitudes ya no son de mucho agrado, pero lo cierto es que mientras asisto al descenso de mi vida, el Sella, inmortal, sigue ahí, igual de neciu y guerreru. A veces, cuando voy fuera de temporada a pasear con el espíritu de mi perro, en sus orillas, a veces, creo ver bañándose una versión de mí mismo cuando era un güaje. Pero, al momento, el agua llora o se ríe y el espejismo se va.

 

(Revista del Sella)



Dejar un comentario

captcha