Esas cuartillas blancas

William Saroyan escribió unas esquelas desde la Rue Taitbout, en un París matizado de brumas, bohemia y alucinaciones, que nos han servido de soporte para llenar papeles cuando los días a nosotros se nos hacen largos y de una pesadumbre honda. 

En algunas ocasiones – pocas - se consigue; otras no. 

La conocida polémica de Proust y Sainte-Beuve sobre las relaciones entre la persona de un escritor y su obra, donde el primero afirmaba que la creación es producto de un "yo" del autor, tiene en nosotros una verdad clara, pues, aunque escribamos sobre cualquier hecho noticiable, siempre, inconscientemente, salen a relucir o se introducen por su propia cuenta, pequeños detalles del variopinto mundo de la vereda donde obligatoriamente reverdecemos.  

Es decir, somos parte de las incidencias que nos rodean. 

Ahora bien, los sensibles escritores, esos mimados de la creación, la genialidad y el intelecto, son capaces de hacer de una hoja caída, un soplo de brisa, el canto de un pájaro, la voz de un niño o un ramalazo en el corazón, un poema que trasciende más allá de la propia tumba. 

A nosotros nos cuesta escribir; tenemos, sí, el llamado "oficio", pero sirve de poco para hacer páginas perdurables, esas que cuando otros las leen, les hacen sentir una conmoción interior inexplicable, pero, como el buen vino, dejan un poso en los labios, una sensación indescriptible. 

Alguien dijo que la creación literaria llega después de diez horas delante de una cuartilla. No lo sé. Hay libros para enseñar a escribir, pero deben ser tan nulos como un tratado para aprender a amar.

Pablo Picasso fue certero. Él dijo: "Cuando llegue la inspiración, que me encuentre en lo posible trabajando".

Nuestra faena como montadores de palabras, es ir uniendo retazos con ellas y convertirlas en acaecimientos, alguna lágrima furtiva, un revés, algún acontecimiento diario o, como en este caso de la presente columna, dejar correr el tiempo, ese gran escultor de la existencia.

Escribir, igual a coexistir, no es fácil, pero una vez reposamos nuestra mirada sobre el papel inmaculado, no quedan muchas opciones que seguir adelante, escudriñar en lo recóndito de nosotros mismos, ver nuestras luces y sombras, y mezclar las ideas para crear - en medio de posible - una pasarela entre nosotros y el condescendiente lector.

 

rnaranco@hotmail.com 



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