Adiós al último limpiabotas de Oviedo, Ignacio Arribas

Adiós al último limpiabotas de Oviedo, Ignacio Arribas

Ignacio Arribas, desde hacía un tiempo el último limpiabotas de Oviedo, figura de impecable dignidad y elegante porte, falleció esta semana. Su recuerdo, como el de otros populares ovetenses dedicados a su mismo oficio, permanecerá, sin duda, en la memoria y el afecto de miles de ovetenses y en la intrahistoria de la ciudad. Reproducimos un artículo de Paula Suárez que permitirá acercarse a la semblanza humana de don Ignacio a aquéllos que no lo conocieron.

 

(Artículo publicado en OviedoDiario en enero de 2003. Paula Suárez)

Los zapatos de hoy ya no son como los de antes. Lo dice y háganle caso Don Ignacio Arribas (de Santander, capital), de profesión: limpiabotas. Nadie sabe tanto de zapatos como él. Desde 1969 ha perdido la cuenta del calzado de los ovetenses que se ha encomendado a sus curtidas manos. La cuenta es fácil, 20 pares en un día muy bueno, seis en uno malo.

Se doctoró en La Gruta, de la mano de Benito Cantón, que ofreció su local para que Ignacio pudiese ganarse la vida. En aquellos tiempos el limpiabotas tenía algo de vergüenza, no dejaba de ser un chavalín de 17 años que acababa de comprar los útiles de limpieza y daba el relevo a un amigo mayor que dejaba el oficio. La caja, como él dice, le costó 700 pesetas, un dinero que no tenía y que pagó en un corto plazo de tiempo. Desde entonces, todos los días, excepto los domingos, que son sagrados, ha ejercido con paciencia y sabiduría el noble arte de acicalar los zapatos ajenos.

El oficio de limpiabotas, créanme es cosa seria. Don Ignacio duerme de día, al revés que el común de sus conciudadanos. A las 8 de la mañana comienza su ritual a la caza de los clientes y zapatos a los que hay que dar lustre. Sus armas son las cremas, los cepillos, trapos y una pequeña pieza de cuero para salvar los calcetines del tinte. Atrás acaba de dejar una jornada nocturna como guardia de seguridad, un trabajo que le ofrece un sueldo fijo y una protección social. Hubo algún tiempo en el que Ignacio pagó como limpiabotas autónomo, pero el negocio sólo daba para pagar gastos. “Trabajar así no podía ser, no me quedaba nada entre el Ayuntamiento, la Seguridad Social… nada”. En su casa esperaba su mujer y cinco bocas a las que alimentar. En la funcional caja, que también sirve de apoyo para una cómoda limpieza, figuran tres únicos colores: negro, marrón e incoloro, éste último vale para dejar impoluto el resto de los tonos. Gracias a ella, y lo dice “bien alto”, mantuvo a su prole.

A sus 54 años este limpiabotas de día y guardia de seguridad de noche cuenta con un grupo de clientes fieles. Ignacio no pregunta nombres ni oficios, pero sabe que por sus manos han pasado los zapatos de Luis Botas, Rubio Sañudo o, últimamente, José María del Viso, concejal de Cultura del Ayuntamiento de Oviedo.

En sus primeros años cobraba tres duros, precio que se ha ido incrementando con las subidas del IPC y que ha visto también como se pasaba de los duros y pesetas a los euros. Ahora son dos euros. “Antes cobraba 300 pesetas y había pensado en subir a 350, pero con el euro, lo dejo en dos euros, así es más fácil”.

Todo el que se acerque por sus dominios –léase desde la cafetería Logos hasta la Mallorquina, Elma, y Tristán, y de vuelta a casa, en Capitán Almeida, las calles que le pillan de camino, en torno al Ayuntamiento- sabe que sus zapatos van a ser cuidados con crema de primera calidad. A Ignacio no le gustan esas como ‘Kanfort’ porque solo sirven para salir del paso, duran una hora y acaban agrietando la piel. Es fiel a la marca San, que antes conseguía en Valladolid y Gijón. Ahora solo queda en la ciudad vecina.

Hoy lleva, como todos los días, la caja por montera, un auricular ‘cosido’ a la oreja, por donde suena Radio Nacional o música clásica y la impecable corbata. No falta, por supuesto su pin de Acción Católica y la gorra, de Elósegui, que le regaló su hijo. En su bolsillo también viaja el móvil, un adelanto que Ignacio ha incorporado para ir con los tiempos. “No son muchos los clientes que llaman, pero alguno hay”, asegura. Los calendarios, que lleva tres o cuatro años haciendo, forman parte del marketing. En ellos figura la Virgen de Covadonga, una de sus devociones, como también lo son la Virgen de la Bien Aparecida o la del Carmen.

Ignacio no perdona, salvo causa mayor, la tertulia de las 12 en El Trasiego. Allí se reúne con otros compañeros y hablan de Iglesia, pero también de otros temas de actualidad. Supone un rato de ocio para afrontar el último tirón del día y también porqué no para hacer memoria de la ‘buena gente’ a la que trata.

Hubo un tiempo en el que llegaron a trabajar en la ciudad más de 20 limpiabotas. Ahora sólo quedan tres contando a Ignacio. Uno de ellos viene todos los días desde Gijón, pero o no se encuentran o no se quieren encontrar.

Por cierto, Ignacio, y ¿a usted quien le limpia los zapatos? “Yo. Si se hace bien, sólo hace falta una vez cada ocho días. Después es pasarles un cepillo.”

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