Un pobre hombre jamás había visto a nadie como yo

Era de noche. La calle por la que yo caminaba tenía muy empobrecido el alumbrado. Pero justo en la única farola que en ella había coincidí con un hombre que venía en dirección contraria. Seguramente la curiosidad motivó que los dos nos detuviéramos dentro de su lechoso círculo de luz y nos quedásemos observando el uno al otro. Él compuso una expresión de asombro y, moviendo la cabeza como si no acabase de creer lo que estaban viendo sus ojos, dijo:

        —Oiga, es usted un tipo muy raro.

        —¿Por qué lo dice, porque tengo tres ojos?

        —Sí, por eso y por los cuatro brazos y por las dos alas que lleva plegadas en su espalda.

        —Pues debe usted saber que en el lugar del que yo vengo, todos allí son igualitos que yo —le aclaré con la mayor naturalidad.

        —¿Qué viene, de un baile de disfraces? —echándole él guasa.

        —No, vengo del planeta CGTX 22222222222222222222222222220022222222.

        Cuando él cayó fulminado por un fallo demostrativo de que poseía un corazón débil, muy impresionable y poco de fiar, comprendí que yo era el primer extraterrestre que aquel pobre terrícola veía.

         Le dirigí una mirada mitad de lástima, mitad de desaprobación, y desplegando mis poderosas alas eché a volar. Las estrellas estaban preciosas esa noche y me apetecía sentarme un rato en lo alto de la luna para contemplarlas desde allí.



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