Maradona: ídolo roto

Diego Armando Maradona,  personaje admirado a razón de sus endiabladas jugadas con el balón, es hoy un saco cayendo desde el promontorio de una altura que no supo enfrentar con el idéntico coraje usado en los campos del balompié.  Se convirtió en figura lastimera arrastrando una gloria merecida en su momento, y ahora reflejo de una lobreguez amarga.

 

Y no decimos esto a recuento de su adicción a los estupefacientes al ser una enfermedad que necesita ayuda y mucha comprensión. Rehabilitado durante cierto tiempo,  ha vuelto a caer. El mal le hizo una bola de sebo y tan vez le deformó las neuronas.

 

Tiene en Fidel Castro un tótem, una  deidad sagrada a la que venera y ensalza sin haber analizado nunca el valor de la libertad. Tanto es el fervor, que en uno de sus brazos tatuó el rostro del hirsuto de la barba bermeja.

 

Con el fallecido presidente venezolano  Hugo Chávez formó una dupla de la que se benefició económicamente, y ahora, con Nicolás Maduro, ha firmado un contrato millonario con la intención de narrar, en la cadena estatal Telesur,  el Campeonato Mundial de Fútbol a celebrarse en Brasil.

 

Su entrega al régimen bolivariano que en dos semanas ha matado a 17 estudiantes, dejó, y aún lo está haciendo,  heridos a mansalva y esparce una inclemente  violencia, es indigna y desalmada.

 

 Una vez estampada su firma en el negocio, vociferó entusiasmado: “Viva Chávez, Viva Maduro”, añadiendo  un escupitajo de los suyos: “La oposición es una asco”.

 

Maradona nunca asimiló el triunfo, se embelesó con la gloria y las adulaciones, dejándose arrastrar al submundo de  los vapores alucinógenos.

 

Fidel lo usó, igual que las autoridades políticas y deportivas de Argentina, pero nunca lo curaron. En la    isla le  dejaron libremente sus apetencias. Se pasaba noches en las discotecas de La Habana o en bacanales privadas,  saliendo de esos tugurios al alba  de cada mañana como un saco de desperdicios y depositado en un psiquiátrico.

 

En el fútbol fue uno de esos genios que la propia naturaleza moldea a su semejanza con truenos, relámpagos y alguno que otro remanso de  calma que mal supo aprovechar.

 

No era un dios en el sentido mitológico, y aún así  se aproximaba. Los  que le han visto jugar lo adoraban y todavía lo siguen haciendo.

 

El Pibe en el césped, con un esférico entre sus piernas arqueadas, era algo sobrenatural, siendo después, en el labrantío de la existencia, cuando se volvía barro mal cocido. Los fetiches suelen  tornarse seres inconstantes y, a pesar de estar bañados en multitudes, coexisten en el reducto de sus membranas rotas. Son hojas resbalosas del frondoso árbol de la existencia.

 

 Durante un período el jugador representó los prodigios del juego de la pelota,  y eso, pareciendo una mamola, fue en realidad el distintivo de su contextura como futbolista admirable. 


En mitad del medio,  le faltó la luminiscencia del sentido común que hubiera podido ayudarlo  a no convertir su vida  en muñeco roto.



Dejar un comentario

captcha