Del sur

De Adolfo Bioy Casares leo en la vereda de Chacaíto, el otro perfil de Jorge Luis Borges, hay tomos de sus introversiones, entre ellas la más conocida, la de "Morel", el literario personaje cuya morada, en una isla kafkiana, se alza por algún lugar inexplorado o en ese cuadro de Tito Salas titulado "El general Bolívar atraviesa las fronteras de Colombia".

 

Cuando el autor de "Historias desaforadas" murió de un mal pavoso - el aburrimiento-, Buenos Aires amaneció menos porteña, el barrio La Boca guardó furtivo silencio, mientras en la Costalera, el ciego más lúcido de Rivadavia se lagrimaba lanzando guijarros al agua.

 

Es una invención posiblemente, pero aún hoy se jura que a los dos compadres se les vio aquella misma tarde de expiración caminar despacio frente al café La Biela, cruzar la Plaza Recoleta y penetrar en el cementerio hasta perderse entre las callejuelas de la necrópolis.

 

Se cuenta -denlo por cierto- que Borges había dejado aquella misma mañana su tumba en Ginebra para así acompañar a Adolfo, habiendo constancia de que en el antiguo Centro Cultural recuerdan claramente lo sucedido.

 

- Pibe, habéis tardado mucho en venir, os gustaban las grelas en demasía, pues descangayado como ya sois, seguías siendo gavión por la cortada de La Valle para compadrear con todas. Mira que afilar os hice para comenzar la nueva garufa: sentaos y escucha con un poco de berretín. Bioy mira al Borges como si fuera un chabón, un tonto de toda la vida, pero sabe que no es verdad. Han sido amigos desde la infancia, y juntos, al alimón, escribieron sus primeras inmortalidades, por eso las palabras de su compadre le saben a bandoneón viejo, fuelle del alma, a entripao, amargura de un tiempo enormemente inolvidable.

 

-  Mira, Adolfo, si tuviera que vivir de nuevo, comenzaría a andar descalzo en la primavera hasta bien entrado el otoño. Tendría perros. Me acostaría tarde. Coleccionaría romances mientras iría a pescar con frecuencia. ¿Y tú, che?

 

- Recogería madrigales y oiría cada tarde el tango de Manzi y Troilo, "Sur". ¿Lo recordáis? "Sur, paredón y después... Sur, una luz de almacén..."

 

Ya entre el crepúsculo rioplatense, los dos amigos van caminando despacio hasta volverse brisa, tiniebla, eternidad recobrada.

 

Uno regresa a la vereda caraqueña anonadado. No todos los días uno contempla, aún viviendo toda una eternidad,  a dos sombras subliminales, departiendo de sobre la concepción de lo inconmensurable. 

 

La tarde se halla tórrida, y sobre la cordillera del Ávila,  un espeso celaje de apesadumbrado ahoga la ciudad. Caracas no está dormida, solamente adormecida sobre el largo letargo de un tiempo ensimismado, apretujado y huero.

El vano hoy nos aletarga esperando las lluvias.



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