Brisas de anhelos vivenciales

Con varios de los libros de Álvaro Mutis,  Bioy Casares, Borges, Alejo Carpentier,  Juan Rulfo, el Gabo, Vargas Llosa  y  Arciniegas -   hice parada y fonda en América Latina durante 50 largos años -  y hoy están sobre la rinconera que forma parte  de mi envoltura interior, un tálamo mediterráneo donde duermo o me pierdo,  entre las brumas de innumerables espectros: unos amigos; otros, pesadillas perdurables.

Alguien lo describió de certera pincelada, con ese hidalgo de sorprendente palabra  en el barco de Maqroll El Gaviero - cascarón de hierro flotante – sobre los ríos navegables, el mar abierto, los océanos lejanos, recónditos y profundos, hasta amarrar en los malecones de puertos exóticos, donde yo también estimé la brisa de otros mundos, los besos ardorosos de mujeres ansiosas en el bar de la bahía, y el sabor empalagoso del vino macerado en  arcaicas  cráteras aztecas.

  En un tiempo lejano y abrigado de bruma, en medio de ese aislamiento que permanentemente nos estremece, regresamos al Mediterráneo de nuestras primeras vivencias, a restañar añejas heridas supurosas, y esas aguas marinas donde Hércules levantó sus columnas entre Gibraltar y Ceuta,  y Kavafi, Lawrence Durrell, Joyce, Paul Bowles o Mahfuz, tañeron sonidos de caracolas y desnudaron sus propios espectros, nos recibieron sin reproche.

  El mar de la filosofía y el trigo, casi sin mareas – solamente cuando el viento de Levante se desmelena, retiemblan las costas - estaba igual de siempre, en calma y envuelto en un azul oscuro, intenso.

Sobre esas bocanadas saladas vinieron a sus playas de guijarros y arena, civilizaciones envueltas en cántaros de miel,  poesía épica,  melodías para las  columnas de Cartago y de Creta, mientras  los trovadores de Capri, en la bahía napolitana, sembraban de azafrán  los campos de Trípoli y Alejandría.

 Tiempo atrás, solíamos venir   en las tardes a sentarnos a estas orillas. Éramos jóvenes, divagábamos a gritos y tocábamos la luz con nuestras propias  miradas para hacer luciérnagas. Media esperanza se entretejió  entre las ramas de sus pinares negros.

   Una tarde, antes de nuestra partida para ir a “hacer las américas” y comenzar así una nueva singladura que aún no ha encontrado sosiego, abrimos un hueco en la arena caliente y enterramos el libro “Amirbar”. Estaba roído del uso y en cada página guardamos una pasión desatada. Estaba seguro de que ella – la mar – comprendería las palabras del Gaviero y jamás me olvidaría:

 “Los días más insólitos de mi vida los pasé en Amirbar. En Amirbar dejé jirones y buena parte de la energía que encendió mi juventud. De allí descendí tal vez más sereno, no sé, pero cansado ya para siempre. Lo que vino después ha sido un sobrevivir en la terca aventura de cada día. Poca cosa. Ni siquiera el océano ha logrado restituirme esa vocación de soñador despierto que agoté en Amirbar a cambio de nada”.

 Álvaro  Mutis, El Gaviero y yo, en pos de peces plateados y salitre, nos introdujimos en el mar, y allí seguimos al encuentro de Abdul Bashur, el idealista de navíos.

 

rnaranco@hotmail.com



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