Música en la carretera

El violín es más extraño que un 1500, aquel taxi, aquella belleza de Seat cruzada con una raya, amarilla, roja y, en algunos lugares de Andalucía, negra. Que parece mentira. Paso por las calles en las que habito, casi más que por mi casa, y escucho música, pocas palabras, pero música que parece venir de músicos. Kazajos, ucranios, moscovitas, virtuosos todos.

 

Suena bien, y de momento está más permitido que aparcar entre dos cámaras que vigilan. Me gusta la música y no tengo carné de conducir, pero sin ninguna duda conduciría hasta la próxima estación con un violinista de copiloto. Tenemos por costumbre, al menos algunos anarquistas de la DGT, no desesperarnos por las grandes colas, las caravanas las ‘M’ no sé cuantos.

 

No es que nos guste la velocidad más que la música, ni todo lo contrario. Sólo es un momento, cortado, largo, tendido… Cuando vas a 110 kilómetros por hora por la autopista  Oviedo--Gijón con la música adecuada, pasa la vida. Pero siempre piensa uno que llega tarde. A la música o a la cita, o al trabajo. Más vale una buena sintonía que una mala distancia, que el límite absurdo promovido por el ahorro de gasoil.

 

La Sinde no conduce, pero escucha. La idea, el problema para tantas soluciones, lo tiene siempre el músico. Enrique Morente, por ejemplo. Póngalo en el coche y verán que tan despacio va la vida. Y la ausencia.

 



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