José Luis García Marín repasa la intrahistoria avilesina antes del ¡carpe diem. Avilés!

José Luis García Marín repasa la intrahistoria avilesina antes del ¡carpe diem. Avilés!

Avilés.- El escritor José Luis García Marín abrió este domingo las fiestas del Bollu de Avilés con un ameno pregón que atrajo el interés de todos los presentes y que finalizó animando a los romeros a disfrutar de las fiestas en toda su intensidad con un "Carpe diem, Avilés. Porque del mañana no hay certeza, nunca la ha habido, llena bien tu copa y apura estos días de fiesta hasta la última gota."

 

 

 

Buenos días, Avilés.

 

Buenos días en esta hermosa mañana de primavera a la que la impaciencia para que comience la fiesta ha hecho llegar una hora antes.

 

Hace exactamente medio siglo, en 1963, un niño caminaba bajo los soportales de esta misma plaza camino del Instituto Carreño Miranda, en el Carbayedo. Venía a pie, como todas las mañanas, desde su casa en el Fondo de Valliniello. Un compañero se le acercó corriendo y le dio la noticia: “¡Han matado a Kennedy! ¡Han matado a Kennedy!”

 

Ese fue mi primer encuentro con la gran historia, con la turbia historia del mundo. Cuántas cosas han pasado desde aquella mañana de hace cincuenta años. En España gobernaba un dictador, aún parecía no haber terminado la guerra civil, se iba a la cárcel por decir lo que se pensaba, había libros prohibidos, los hombres tenían derechos que a las mujeres se les negaban desde la noche de los tiempos.

 

Pero en aquel país en blanco y negro Avilés era un lugar de acogida y esperanza, un lugar en el que gentes venidas de las más diversas regiones podían empezar a construir, con tanta ilusión como esfuerzo, un futuro mejor para ellos y sus hijos. Muchos lo encontraron y sin dejar de ser andaluces, leoneses, extremeños fueron ya también avilesinos para siempre por la mejor de las razones: la gratitud y el amor.

 

Unos pocos pasos, el ancho de esta plaza, separan al niño de hace medio siglo del hombre que ahora os habla. El eco de distantes disparos me sacó a mí de la infancia, “ese extraño país donde todo sucede de manera distinta”, me hizo ser consciente de que todos somos parte de una misma familia, de que nada sucede tan lejos que no pase también en nuestra propia casa.

 

El corazón de Avilés y el corazón del mundo palpitan en esta plaza del Parche, todo resuena en ella, todo alcanza en ella su eco mejor. Seis calles, seis incesantes arterias, la llenan de vida.

 

Las calles de la Fruta y la Ferrería atraviesan el primitivo recinto amurallado, la laboriosa villa, acurrucada junto a la ría, que ya ofrecía prosperidad y futuro a quienes venían de fuera al amparo de su regio Fuero.

           

La calle serpenteante de Rivero, con su fuente y su capilla y los frailes del convento de San Francisco, era el camino de Oviedo; la de Galiana, con sus dos caras, la de anchos soportales y la de señoriales casonas, llevaba hacia el este, hacia el cercano Grado y hacia la lejana Francia.

           

La calle de la Cámara quiso ser nuestra Gran Vía, el eje de expansión de la ciudad, llena de nuevos comercios y con el telón catedralicio del nuevo templo de Sabugo al fondo.

           

Y la otra calle que nos queda, la de Ruy Gómez, hubo un tiempo distante en que llevaba a la cárcel, pero ahora es el camino más corto al prodigioso espacio del Centro Niemeyer, nuestra blanca tarjeta de visita entre la ría y las altas chimeneas de la antigua Ensidesa, la imagen mejor del Avilés del siglo XXI.

            Seis calles que traen la bullente vida de la vieja villa y de sus barrios –Versalles, La Luz, La Magdalena, La Carriona…– a esta plaza del Parche, centro de mi mundo, como del de tantos de vosotros, centro también del universo mundo, esa esfera infinita que tiene su centro en cualquier parte donde exista alguien capaz de levantar los ojos y admirarse ante la inmensidad del cielo estrellado y la belleza de cada amanecer.

 

A pocos pasos de aquí, en la calle Jovellanos, se encuentra el antiguo local de la Biblioteca Pública, que fue mi deslumbrante gruta del tesoro, una felicidad que no se agota nunca.

           

La había fundado un poeta, Luis Lumen, asesinado luego en la locura fraticida de la guerra civil. Pero su legado no pudieron matarlo, aunque lo intentaran, y ahí sigue, lleno de luz y de lectores, junto al verdor intacto del parque Ferrera. Tampoco pudieron acabar con sus versos sencillos y memorables como los de otro héroe, el cubano José Martí: “¡Qué tristeza tan honda ser artista y ser pobre! / Tener el alma llena de luz y de armonía, / y ver que va la vida cambiando la alegría / de los sueños azules por monedas de cobre!”

           

La mención de un poeta me lleva a otro, el ovetense Víctor Botas, que aquí y en la cercana Salinas pasó buena parte de los felices días de verano y aquí –-para él “un lugar mágico”– se hizo poeta en las tertulias de los años setenta y ochenta: “Avilés, Avilés, Avilés… –rememora en sus memorias con el lenguaje de la melancolía–.El tranvía con jardinera, Espolita, Galé, las funciones en el Palacio Valdés, Quo vadis? en el cine Marta y María, las tardes en la playa de San Balandrán…”

 

El cine Marta y María sigue ahí, en el palacio de los Llano Ponte, todavía resonante de magia. Y frente a él una placa señala la casa en que paso su infancia Armando Palacio Valdés, el novelista que les dio nombre y que aconsejaba administrar una buenas dosis de Avilés, a los enfermos de tristeza, como la mejor medicina.

           

“En las palabras de amor / sienta bien un poquito / de exageración”, escribió Antonio Machado. Pero para expresar su amor a Avilés no necesitaba Palacio Valdés recurrir a ninguna exageración, como tampoco lo necesita el niño que llegó a ella, desde un pueblo extremeño, hace más de medio siglo y que ahora ha recibido el mejor premio, el más alto honor que a un enamorado de Avilés se le pueda conceder.

           

Avilés es para mí don José Ramón, el maestro de la escuela del Fondo de Valliniello que me puso en el camino en el que todavía estoy y a quien me gustaría parecerme; es Sara Suárez Solis, mi profesora de literatura en el Carreño Miranda, que me regaló, además de tantas otras cosas, un poema de Li Po que me acompaña siempre; es Ana de Valle, con sus gruesas gafas y su inagotable juventud y su fervor por los versos…

 

Es el parque de Ferrera, ahora y antes de estar abierto a todos, ese inmenso recinto arbolado y secreto donde cualquier aventura era posible y cuyos altos muros en la calleja del Marqués, mi camino diario hacia el Instituto, solo se atrevían a saltar los escolares más atrevidos.

 

Es el paseo de la ría, el sueño adolescente de embarcarse, de huir lejos, de recorrer mundo, un sueño que el adulto pudo llevar a cabo para descubrir que lo mejor del viaje no es la meta sino el camino que lleva hasta ella, y que la meta más deseable y más distante –a la que se llega después de dar la vuelta al mundo– es precisamente el punto de partida.

 

Avilés son también los palacios barrocos; las acogedoras calles con soportales; el puente Azud y el viejo puente de San Sebastián renacido con los colores del arco iris; la alegría infantil de los tiovivos y las tómbolas de las Meanas; el quiosco del parque del Muelle con sus músicas de otro tiempo y su perpetua luz de domingo; la colorista y secular algarabía de los lunes en La Plaza.

           

Cuenta el mito que hace miles de años, cuando el tiempo acababa de inventarse, siempre era primavera y el mundo un perpetuo jardín. Pero un aciago día, Hades, señor de los infiernos, se enamoró de la joven Perséfone, hija de la diosa de la Tierra, y se la llevó a su reino subterráneo. La tristeza de la madre agostó los campos, que se quedaron yermos y nunca más volvieron a florecer.

           

Nunca más hasta que el dios de los cielos y el dios de los infiernos llegaron a un acuerdo. Cada año, por el mes de marzo, Perséfone tendría permiso para regresar a la superficie y ver la luz del sol. La alegría de su madre hizo que todo reverdeciera de nuevo.

           

El regreso de Perséfone, la llegada de la primavera, es lo que celebramos con estas fiestas de Pascua, que antes de ser cristianas fueron paganas y que nos hablan del tiempo cíclico de la naturaleza, con su continuo morir y renacer, frente al tiempo linear del hombre.

           

“La primavera se viene / la primavera se va / y nosotros nos iremos / y no volveremos más”, podríamos decir parafraseando la sentenciosa cancioncilla popular.

           

Pero ahora estamos aquí, somos el centro de tanto alrededor, la conciencia del universo, las manos y los ojos de los que ya no están pero siguen latiendo en nuestro corazón.

           

Hace medio siglo yo caminaba bajo los arcos de ahí enfrente camino del instituto Carreño Miranda donde una profesora me dictaba unos versos que no he olvidado nunca y que quiero repetir aquí. Los escribió hace muchos siglos el más grande de los poetas chinos, Li Po, del que se cuenta que murió tratando de coger con las manos la luna reflejada en las aguas de un lago. Dicen así esos versos que viven desde entonces en mi memoria:

 

¿Cuánto podrá durar para nosotros

el disfrute del oro, la posesión del jade?

Cien años cuanto más, ese es el término

de la esperanza máxima.

Vivir y morir luego, he aquí la sola

seguridad del hombre.

Escuchad, allá lejos,

bajo los rayos de la luna,

al mono acurrucado y solo

llorar sobre las tumbas…

Y ahora llenad mi copa, es el momento

de vaciarla de un trago.

 

Sí, que llenen mi copa, que llenen nuestras copas. Es el momento de vaciarlas de un trago, de que comience la fiesta. Es el momento de olvidar por unas horas, aunque resulte difícil, la pertinaz letanía de crisis y paro y corrupción, de recuperar fuerzas para seguir luchando. Es el momento de olvidar que el tiempo, que ni vuelve ni tropieza, camina con pies ligeros y solo unos pocos pasos, el ancho de esta plaza, separan al inquieto niño que fuimos del anciano en que nos convertiremos. Es el momento de celebrar que el Dios cristiano y la pagana Perséfone han resucitado y el mundo vuelve a florecer.

 

Carpe diem, Avilés. Porque del mañana no hay certeza, nunca la ha habido, llena bien tu copa y apura estos días de fiesta hasta la última gota.

 

 

 

 

* José Luis García Martín nació en Aldeanueva del Camino en 1950, el mismo año en que se creó Ensidesa. Cuando tenía nueve años, se trasladó con su familia a vivir a Avilés. Es poeta, crítico literario, autor de más de medio centenar de libros, director de la revista Clarín, jurado habitual de los premios Príncipe de Asturias. Colabora regularmente en la prensa desde hace décadas. Es también profesor de Literatura Española en la Universidad de Oviedo.

 

 

 

 

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