El múrido de Pumarín

La madrugada, cuando te pilla yendo hacia alguna parte,  saliendo de la cuévana, por así decir –muy distinto a cuando te sorprende ‘de vuelta’—tiene efectos sorprendentes, a veces un poco fantasmagóricos, espectrales, y otros con sorprendente vigor para las tempranas horas de que se trata.

 

Hace  tiempo que, mientras espero a diario un  bus que me lleve, sin prisa, pero sin pausa, a los  altos de la ‘çiry’, entretengo la espera fijándome en las evoluciones de los seres animados, de dos o de cuatro patas, que animan el ambiente.  Y no piensen mal, cojona, que al referirme a ‘de dos patas’ me refiero a las palomas, y no a los  vecinos y parroquianos que a tan  tempranas horas  patean la zona.

 

Cuatro patines tiene, precisamente, y un rabilargu, un múrido de considerable tamaño, muy presumidu, eso sí, pero más tímidu todavía, que cada día recorre sigilosamente un  buen trecho de bordillo del parque existente en la zona, llega hasta detrás de la mampara transparente de la marquesina, mira, calcula la distancia a la que estoy y la que lo separa de la boca de alcantarilla a la que, por lógica, pretende acceder , remira, y retrocede sigilosamente.  Y, así, una vez, y otra, hasta que cuando me  levanto porque veo llegar al bus a lo lejos, decide arriesgarse y cruzar, a carreres, la distancia entre tras la mampara y la por lo visto acogedora alcantarilla.

 

La verdad es que el bicho me cae simpático, un poco por aquello de coincidir a tan tempranas horas en nuestros respectivos quehaceres. Pero hace unos días, veo venir a una joven que , de pronto, lanza un grito importante, motivo por el que pensé que se había echo daño, torcido un tobillo o algo similar.

 

Pero, ¡quiá! Va y me dice “¡Pero qué rata! ¡Qué grande! Madre del Señor, qué rata” A lo que yo, cortésmente, no pude por menos que decir “Claro, vaya bicho”. Pero les confieso que le hice un guiño de complicidad al urbano roedor, o mejor debo decir a su rabo, pues  alarmado por el grito se había dado más prisa de lo habitual en colarse por la puerta a sus dominios.



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