Un chef tirano

Marisol y Alicia estudiaron juntas Derecho, encontrándose al terminar la carrera con un título y ningún empleo en el que poder ejercer sus conocimientos tan ardua y costosamente adquiridos.

       Llevaban varios meses sin verse, la mañana en que coincidieron en una cafetería, les alegró mucho este encuentro y buscaron una mesa donde poder charlar mientras se tomaban el café con leche que cada una de ellas acababa de adquirir.

        Ambas estaban solteras y sin ganas de formar un hogar, tomada en consideración  la inseguridad laboral y económica en la que vivían.

        Lógicamente, nada más sentarse hablaron de lo que consideraban más importante para ellas en aquel momento, los precarios empleos que tenían.

        —Yo me he colocado en una boutique. Doce horas o más diarias, por un sueldo de miseria. Y aunque me explota muchísimo, la dueña es simpática y me trata bien.

        —Yo, lo único que encontré fue el puesto de friegaplatos en un restaurante del centro. También trabajo un montón de horas y sufro abuso laboral de parte del chef, que me tiene todo el tiempo limpiando y fregoteando y nunca se muestra amable conmigo. Es un hombre peludo como un oso y con cara de troglodita. Con pobladísimas cejas que se le juntan en la mitad, ojos pequeños y crueles tan pegados a la nariz que parecen querer atravesársela y boca de labios gruesos y sensuales. No puedes figurarte lo que tengo que aguantar con él.

         —Chica, pues despídete y te libras de ese monstruo —indignada Marisol.

         Se llenan de humedad los bonitos, tristes ojos de Alicia.

         —No puedo hacer eso, Marisol. Estoy locamente enamorada de él.

         La firme, categórica confesión de su ex compañera de estudios, deja un momento perpleja a Marisol. Estudia su rostro durante un par de minutos y después, mujer al fin y al cabo, comprende a la otra, y poniéndose en lo peor pregunta:

        —¿Está él casado y tiene hijos?

        —No, está soltero.

        —Bueno el asunto es menos grave de lo que me temía.

        A partir de este momento escogen otros derroteros para su conversación. Ambas reconocen que los sentimientos humanos son un universo y, como todo universo, insondablemente misterioso e inexplicable.



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