Entre el Cantábrico y el Caribe

El pueblo parece un terrón de azúcar o mazapán. Sabe a dulzura.

 En aquellas mismas vegas cuando uno era retama joven, olivillo verde y toda la dehesa olía a romero húmedo, se rompió en pedazos sangrantes el último hombre de andar solitario, misántropo y poeta.

 Un amanecer, ante un cántaro de sangría, aquel bardo había dicho: “Si digo voz, quiero decir verso”, al haber sido toda  su vida un trenzar el largo camino de madreselvas sombrías en donde siempre, al final, habitaba la espesura con el sentido recóndito de su acongojada existencia.

 En él, hasta la sangre tejía agraciadas palabras recubiertas de hondas y dolientes angustias. Cierta amanecida lo afirmó para que no hubiera duda alguna dentro del dolor exprimido: 

 “En toda mi obra hay un solo personaje. Uno solo de principio a fin. Este protagonista es la pena, que no tiene nada que ver con la tristeza, ni con el dolor ni con la desesperación.” 

Lo hemos prometido sobre los crepúsculos de nuestros hierros calcinados en fraguas de mil amores yertos, ahora moribundos y secos. Bien lo sabíamos: En ningún tiempo un poeta llegó tan directamente al pueblo, nunca tantos versos fueron expresados de tal forma, al estar formando parte de nuestra vivencia sobre la comisura del alma.  

Y ahí, no en otro territorio, se encerraba su compromiso. 

 Desde aquel día comenzó en nosotros el lejano recuerdo envuelto en salitre, viento, soledad y zozobra.  

 A lo lejos un cante macerado nos envuelve. Con manzanilla y vino de misa al mismo tiempo.  La letrilla arrancada al pueblo, entre perdurable y tierna, embelesó a la mujer tras la celosía de tal forma que sus pechos se volvían espuma y sus ojos metal enardecido.   

Bordeando la tierra de olivares, se contemplaba un sacramental humedecido por la brisa fertilizada de sal, y tras un recodo de cipreses, algarrobos, almendros y jacarandas, el acantilado, mascarón del claro   mar Mediterráneo, nos traía la voz del Cantábrico de toda nuestra infancia. Mi mar, la mar, concha abierta de todas las alucinaciones que por vez primera me convirtieron en emigrante sobre el Caribe venezolano de Isla Margarita. 

Con el trascurrir del tiempo, ¡cuántos  relatos puede expresar una sencilla postal cuando llega a nuestras manos en el momento preciso! 

Es ya sabido: uno escribe para que se le quiera. 

 

rnaranco@hotmail.com 

 



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