Acción serena para el triunfo de la expresión ciudadana

Ayer se cumplieron 34 años de las primeras elecciones democráticas en España tras un prolongado periodo en el que las urnas brillaron por su ausencia. Es un día a recordar y para rendir tributo, sobre todo, a quienes dejaron en la transición, voluntariamente, lúcidamente, solidariamente, trozos, a veces grandes, de su túnica. Por primera vez en muchos años se vivió el júbilo de comprobar que la voluntad de los ciudadanos podía expresarse libremente. Y ayer, en Barcelona, transcurridos 34 años, miles de personas se manifestaron ante las rejas del recinto del Parlament.

 

La fuerza del pueblo está en el número, en la proclamación tranquila pero firme de sus deseos, de sus protestas y de sus propuestas. La acción serena que desde el 15 de mayo se ha extendido desde la Puerta del Sol a plazas y calles de tantas ciudades españolas y extranjeras constituye para todos un motivo de satisfacción porque ya era hora de pasar de espectadores impasibles, de testigos ahormados, de receptores distraídos a actores, a emisores, a participantes. De súbditos a ciudadanos.

A principios de la década de los 90, cuando la moderna tecnología de la comunicación y en particular internet y la telefonía móvil pusieron al alcance de los ciudadanos la capacidad de participación no presencial, estaba claro que se avecinaban tiempos fascinantes, y que el siglo XXI podría ser, por fin, el siglo de la gente, de la democracia genuina, de la que de forma permanente escucha y actúa en virtud de la voz de los pueblos.

 

La democracia real no es la que existe, sino aquella que refleja fidedignamente la voluntad de la gente. He repetido con frecuencia que en las elecciones (y voy a votar siempre, porque es uno de los pilares de la representación popular) nos cuentan pero que luego, a menudo, no contamos, no somos tenidos en cuenta. Sobre todo cuando, como ahora acontece, los medios de comunicación transmiten, tanto en la prensa como de forma audiovisual, versiones muy deformadas de la realidad, de lo que sucede.

No cabe duda de que la democracia a escala local, nacional y mundial es manifiestamente mejorable. Hasta ahora era muy difícil participar. Ahora ya no lo es. Por ello es muy lógico que, muy pronto, sean centenares de miles y millones los ciudadanos de todos los países que expresen su asentimiento y disentimiento, sus proyectos y propuestas a través del ciberespacio, teniendo una gran capacidad de convocatoria y movilización. La democracia saldrá beneficiada porque será la voluntad popular la que pondrá coto al acoso actual de los mercados y las agencias de calificación sobre los gobernantes; reformará, allí donde proceda, las pautas electorales y suprimirá los paraísos fiscales; transformará una economía de especulación y guerra (4.000 millones de dólares al día) en una economía de desarrollo global sostenible; fomentará la educación que permite dirigir con sentido la propia vida y actuar en virtud de la reflexión personal.

 

Pero todo esto vendrá de la acción serena, nunca de la violencia ni del forcejeo. En Madrid y otros muchos lugares de España, el comportamiento de vigilantes y vigilados ha sido, en general, excelente. Deseo vivamente que, a partir de ahora, lo mismo pueda decirse de Barcelona. Ojalá, después de 34 años, pueda remozarse la vida democrática española. Ojalá la imagen inicial del 15-M permanezca para garantizar el triunfo de la expresión ciudadana, una contribución que no se hará utilizando la fuerza.

 

El 15-M puede representar una gran inflexión en favor de la evolución, contra la inercia que consiste en querer seguir aplicando fórmulas de antaño a los problemas de hoy. La evolución permite cambiar lo que debe cambiarse y conservar lo que debe conservarse. La alternativa es la revolución, y (me gusta insistir en ello) la diferencia es la "r" de responsabilidad.

El por-venir está por-hacer. Seamos capaces de inventarlo.



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