Zanahorias

No es vocación del autor transmitir malas noticias. Afortunadamente hoy, y mañana a esta misma hora ojalá,  hay menos de un millón. Tampoco es vocación del mismo autor hablar de política, no por cobardía, que pudiera ser, sino por desidia, por hartazgo. Algún día tenía que ser, probablemente no es hoy. Tal vez sí. Este asunto de presentar listas, de desecharlas en la Junta Electoral (la junta de la culata decía un expresidente asturiano) y, definitivamente, votarlas, o no, es más un transasunto. Una sotrabia, que dicen en Cabañaquinta.

 

Es una obviedad decir que hay que ir a las urnas por lo de siempre: la responsabilidad de ciudadano democrático, el mantenimiento del sistema (el mejor de los peores, que decía Cándido, o Aristóteles, tanto monta), la satisfacción de la participación y mil etcéteras. Luego viene el tocahuevos de turno y te dice que si hace buen día la abstención sube a la altura del mercurio del termómetro. Fuese como es, el caso es que quien va a votar, afortunada y libremente, vota a alguien.

 

La urna llama, y aunque haya mucha gente que no anda muy bien del oído (es difícil caminar con las orejas) por lo general aceptamos los resultados con más facilidad que el de la final de la Copa del Rey en Cataluña. La  moraleja de este sudoku, y ahora sí desgraciadamente, es el famoso dicho del burro y la zanahoria. Mañana no hablaremos del Gobierno.

 

 

 



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