El valor de las palabras (A mio madre, Pilar)

El pasado 27 de abril presentaba en Xixón, en la actual
Escuela de Hostelería, mi último libro, *Hacia otra Asturies*. Comentando
con mi madre que el local había sido, sucesivamente, convento de las Madres
Reparadoras, cuartel de la republicana Guardia de Asalto (de cuyo nombre
señalaba el oxímoron Antonio Machado, por cierto), de la Policía Armada y de
la Policía Nacional, me refirió ella una coplilla que «cantáben-yos les
rapacines a la puerta» allá por los años treinta: «Mamá, yo quiero ser /
guardia de asalto, / porque se come bien / y no trabajo. / Sesenta duros dan
/ y una pistola / y una porra de goma, / de estira y toma». El comentarla en
el acto provocó que algunas otras personas recordasen que sus progenitoras
evocaban el texto ocasionalmente y supe, finalmente, que la copla (donde se
mezclaban, sin duda, el clásico misoneísmo de nuestra sociedad y,
seguramente, una voluntad deletérea de los desafectos al nuevo régimen)
había sido por aquellas fechas popular en toda España y que la cantaban,
precisa y principalmente, las niñas.

                Con más capacidad de estímulo que la magdalena proustiana,
las palabras, el texto en este caso, tienen la virtualidad de levantar a su
sonido la liebre de su contexto, y son capaces de traernos —aun para quienes
no los vivimos, para quienes sí, evidentemente, más— a la imaginación
gestos, objetos, actitudes, sentimientos que en su día llevaron adheridas,
una especie de «connotación reconstructiva de la historia». En este caso,
aquel paseo de Begoña lleno de arbolado, las niñas con sus vestidos de época
saltando a la cuerda, el clima de inquietud y de esperanza anhelante de los
primeros años de la República, la novedad —incluso en su indumentaria— de
los guardias republicanos, que a tantos parados convocó…

                En nuestro folklore tenemos cantidad de motivos que son
capaces, igualmente, de re-crearnos el clima en que nacieron. Así, el
contexto campesino y de miseria que de «A la Pipiona» («A la Pipiona, madre,
a la Pipiona, porque me dan castañes, llechi y boroña») emana y de cómo nada
el riesgo de la mina importaba (tal vez frente a la súplica implorante de la
madre que parece implícita en el brevísimo cantar), con tal de librarse de
la perenne, omnipresente, devoradora fame.

                En otros casos, son las meras palabras las que conllevan el
marchamo del tiempo y de los cambios, de su distinto valor social, tal vez.
Recuérdese, por ejemplo, cómo en el capítulo XLIII de la segunda parte de *El
Quijote*, a la pregunta de Sancho de qué es «erutar», responde que es el
«regoldar» de Sancho, pero que este es «uno de los más torpes vocablos que
tiene la lengua castellana», «y, así, la gente curiosa se ha acogido al
latín, y al «regoldar*»* dice «erutar»». Y, Lope, que sobre monstruo de
naturaleza era un finísimo «oídor» del habla diaria, anota a cada poco las
novedades y dice, por ejemplo: «Festejaba a su hermana, que es lo que ahora
llaman galantear entre los vocablos válidos, que cada tiempo trae su
novedad».

                En mi próximo libro, «Azurriángamelamelonga», un conjunto de
relatos en asturiano cosidos por una historia metaliteraria transversal, hay
un profesor universitario que anda a la búsqueda del léxico sexual de
nuestra lengua, encontrando en sus diferentes manifestaciones los rastros
del quehacer humano y de su historia, sus relaciones con el medio y con la
sociedad, las peculiaridades imaginativas de cada idiolecto o sociolecto, y,
por tanto, en cada uno de esos vocablos, una diferente capacidad evocativa y
excitativa.

                La fonética contextualiza, a veces, también una intención
política o de clase. El tribuno romano Publio Claudio, por ejemplo, renunció
a la nobleza y para subrayar su voluntaria plebeyez pasó a llamarse Clodio.

                Pero, incluso, el género de las palabras —en los casos de
las palabras de género ambiguo— nos envía a diferentes connotaciones
reconstructivas. Así, en una poesía de mi *Poemes de Xixón*, «Mar
Cantábricu», se dice: «El mar ye palabra de tierra adientru. / Nun decir el
mar, / decii la mar. / Acostumaivos a llamar les coses / col nome que-yos
punxo / la mano que les sabe yá ensin veles, / el güeyu fechu angüeña
d’apalpales. / La historia de les coses / queda emprentá nes voces de los
homes. / ¡Nun decir yá el mar, / decii la mar!»



4 comentarios

  • # ciudadano Responder

    05/12/2011 20:42

    me llevo alguna buena sensación de haber estado con alguna buena persona buscando la verdad de la vida.

  • # JULIA Responder

    07/12/2011 16:21

    YO SE QUE ME LLEVARÉ LO MEJOR, SABER QUE MUCHA GENTE ME HA QUERIDO POR EL INTERES..... PERO QUE YO HE AMADO DE VERDAD, SIN CONDICIONES, Y SENTIR QUE PUEDES DAR ESE AMOR SIN ESPERAR NADA ES LO MEJOR.

  • # José Ángel Caperán Responder

    08/12/2011 09:51

    Estoy de acuerdo Julia, si uno quiere que le hagan feliz debe ser uno mismo el que dé el paso de dar aquello que quiere recibir y, por su puesto, sin esperar recibir nada a cambio. Si no lo esperas es cuando lo recibes porque nadie da amor a chantajistas

  • # Iria Responder

    09/12/2011 15:16

    Yo me llevo el haber aprendido a ser feliz conmigo y pesar de mí. El ser auténtica. El haber encontrado gente que me quiere de verdad y de vez en cuando encontrar también a los que no y ser capaz de no disgustarme mucho con ello.

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