Perry, la red, la democracia y nosotros

Un amigo me recomendó, para los ocios ligeros veraniegos, la lectura de las novelas policiacas de Anne Perry, una autora con decenas de libros y un gran éxito de ventas.  Como forma de orientación, me dirigí a la Wikipedia y lo que allí vi me dejó sorprendido y horrorizado. He aquí la primera línea del artículo: «Anne Perry (nacida como Juliet Marion Hulme en Blackheath, Londres. El 28 de octubre de 1938) es una escritora inglesa, autora de historias de detectives además de una asesina sentenciada por el Caso Parker-Hume». No hará falta que les explique a ustedes las razones de mi reacción, al ver, por un lado, que en los datos iniciales se daba la misma importancia a su condición de escritora policiaca que a su circunstancia de asesina (a los quince años de edad, en compañía de una amiga, de la madre de esta). Tampoco mi creciente indignación al ver que el grueso de lo que viene a continuación se centra en ese episodio y en el juicio y la prisión posterior. Únicamente al final se entra en la información literaria, que se limita a darnos una lista de las 73 obras que Perry publicó entre 1990 y 2013, eso sí, aclarando con despegado escrúpulo que la lista se proporciona «según el sitio de internet de la autora». ¿Qué tiene que ver con la literatura toda esa cháchara de periódico de sucesos? ¿Acaso juzgamos, por ejemplo, a Pound como literato por su filofascismo, a Quevedo por su misoginia y aristocratismo, a Cela por su experiencia como censor? Y, en todo caso, ¿es ello la médula de su creación literaria?

Esta reflexión nos puede llevar a otras consideraciones sobre la producción de información y la recepción de la misma en la plaza pública inmaterial que llamamos la red. Es sabido, por ejemplo, que algunos de los datos que por ella circulan son puras ficciones inventadas con mera voluntad eutrapélica o demostrativa. Así, se han dado casos de informaciones falsas creadas ad hoc, que después se han repetido una y otra vez como una cita de un hecho o dicho realmente existente. En otras ocasiones, la manipulación es expresamente malintencionada y se hace con ánimo de degradar a un rival personal o a un «enemigo» ideológico. Yo mismo he sido objeto de alguna manipulación de ese tipo, aunque bienintencionada, en la Wikipedia, al afirmarse allí, en vísperas de unas elecciones, que las encuestas nos daban magníficos resultados electorales, falsedades palmarias ambas, encuestas y resultados magníficos, como ustedes saben de sobra, al menos en lo relativo a estos últimos. Pero, que conste, aquella mentira preelectoral a la que yo era ajeno me produjo un malestar que hoy, aunque atenuado, aun dura.
Volvamos a la información sobre Anne Perry de la Wikipedia. ¿Qué hay ahí, aparte de la inadecuación informativa? Pues muchas de las cosas que caracterizan la red: rencor, envidia, voluntad de encono, y, sobre todo, una autoritaria y anempática actitud de superioridad moral por parte del juzgador, esto es, las mismas pulsiones y actitudes que se dan en el comadreo de la plaza del pueblo, solo que ahora la plaza es universal e inmaterial. Y si, aunque difícilmente, los enjuiciadores del ágora clásica podían temer alguna consecuencia por sus palabras o el enfrentamiento físico con sus ofendidos, ahora esa posibilidad es prácticamente ninguna, lo que acentúa la inmunidad del ofensor.
Se ha señalado en muchas ocasiones que la red hace la vida social más democrática. Es cierto ello en sentido positivo: enriquece el conocimiento del mundo y de los otros; facilita la comunicación entre las personas; permite a los individuos no solo la recepción de información, sino su creación; posibilita el conocimiento veraz y científico. Pero potencia, asimismo, todos los defectos que son parte constitutiva de la democracia. No olvidemos que los inventores de la misma, los griegos, produjeron aquel mecanismo de enjuiciamiento anónimo, el ostracismo, mediante el cual, muchas veces, la manipulación de unos pocos volcaba la envidia y el rencor de los más contra los mejores. Esos elementos —la capacidad de manipulación, la excitación de la envidia y el rencor, la maledicencia—, haciéndolos pasar por justicia que emana de una posición moral de superioridad, y, sobre todo, la irresponsabilidad de los actores —no olvidemos que la condición de irresponsables de los actores de primer grado, los votantes, es uno de los fundamentos de la democracia— han sido fortalecidos exponencialmente en la plaza inmaterial y pública del comadreo. Si pensamos que en general, además, internet goza en su recepción del crédito cuasi sacro y acrítico de que en el pasado gozaron otros medios y protagonistas sociales, completaremos el panorama.
Una última consideración. La sociedad se ha esforzado, a lo largo de siglos, en eliminar los sambenitos de sobre las personas, en lograr que el cumplimiento de las penas se limite estrictamente al tiempo de las mismas; de ese modo, por ejemplo, se eliminan los antecedentes penales del individuo, para que, a partir del término de la condena, pueda empezar de cero, sin que su castigo llegue «hasta la tercera o cuarta generación». Pero he aquí que eso no cuenta en la red. La «superioridad moral» del redactor de la Wiki ha decidido que los pecados de Anne Perry, como los de tantos condenados en le plaza inmaterial del cotilleo, nunca serán borrados.
He ahí una forma paradójica de inmortalidad que nos proporciona la red: la permanencia de nuestra memoria, de nuestras virtudes, de nuestra grandeza y generosidad, de nuestros defectos y yerros, más allá de nuestra vida, mucho más allá de la cuarta generación. Y por desgracia, habrá muchos más interesados en colgar lo malo —en «colgarnos», en realidad— que lo bueno; muchos más fascinados por ver nuestro culo que nuestras témporas, que así somos los humanos.
 



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