Febrerillo loco

Nada más ferozmente, si, eso he escrito, ferozmente, alegre, que el agua viva.

Sale por cualquier intersticio, por las rendijas más inverosímiles, y cuanto más esfuerzo le cuesta, con mayor energía, si acaso, en principio, cautelosa, paciente, gota a gota, y, de pronto, un chorro desmesurado, arrollador, que se lo lleva todo por delante.

Estos días de lluvia, por ejemplo, cuando invade todas las dimensiones del que pensábamos excesivo cauce, va por él disparada y caudalosa, llevando, semiescondido, un abundante y abigarrado botín de animales muertos, que parecen dormidos, arboles desarraigados, tablones y muebles despiezados. Sale, en apariencia de las paredes del cauce, como un violento manantial. Habrá habido inundaciones de sótanos y garajes. El agua viva se hace tan protagonista que ¡por fin! ha brotado casi del todo el amarillobrillante de la mimosa de la ladera.

Con casi un mes de retraso sobre el horario previsto. Convirtiendo en dudosa la gloria espectacular del verano, para el que el ayuntamiento, según el periódico de hoy, propone uniformizar terrazas y chiscones. ¡Con lo que anima la policromía desmesurada en que se podría romper la cascada del sol implacable de las humedades estivales!

La música de fondo de estos días la toca también el agua. Muy lejos, casi invisible desde que hicieron esa pared espantosa, ese paredón presidiario, ese disparate ofensivo del anciano “martillo” del muelle que fue nuevo, ruge la mar sus avisos. Cerca, chorrea un canalón o un grifo o el cangilón cercano de la noria, gotean sus diferentes notas. Te descuidas, y el orbayo te llama bobo con su aquel de calabobos. Cabe aprovechar para llorar disimuladamente, o fingir que se suda, de tanto supuesto trabajo. Sigue sin haber trabajo y como consecuencia, cada vez más gente se ve obligada a sobrevivir al margen, sobre la raya de las leyes penales o en su mismo borde. Algunos se consuelan y apuntan lo que les debe no se quién, que ya no pagará nunca. Muchas personas físicas y jurídicas ponen en el haber de sus cuentas lo que ya jamás habrá. Desesperados, los pequeños comerciantes llenan de carteles sus escaparates y anuncian que descontarían hasta el ochenta por ciento. Cada cual inventa lo que puede para tratar de que rebañemos los rincones y costuras de los bolsillos de chaquetas que estuvieron desechadas, recuperando monedillas que también “salen” de las rendijas de las butacas, donde se perdían los lapiceros y los dedales de plata que fueron de cuando recosían las puntas de los calcetines y se cogían con aquellos huevos de madera los puntos de las medias.

Febrerillo, el loco, que este año se ha puesto más, orgulloso del día de propina que le han puesto en la cola, como un cascabel.



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