Aldea y futuro

El mundo rural ha inspirado a diversos artistas en sus mas variadas expresiones plásticas o musicales, así podemos, hoy en día, contemplar escenas bucólicas de Zabaleta, Millet o Renoir, y algunas otras atormentadas como las de Van Gogh o Gauguin; esculturas de Rodin y música de Beethoven, Debussy y otros muchos. Los campesinos inspiraban a los artistas porque ellos eran la fuerza de la tierra; cuando yo me interesé por la temática campesina llegaba con mucho retraso y veía como iban envejeciendo y abandonando el campo que nos había alimentado; las imágenes se repiten; un gran espacio vació, una vaca y una anciana, ahora ya solamente nos queda el espacio, ha desaparecido la vaca y la anciana. Las aldeas son lugares desolados, fantasmales, ocupados por la frondosa vegetación que termina por ocultar los muros de piedra, lo que antes eran ya solamente nos quedan en los museos, ya ni siquiera sentimos orgullo por la defensa de los hórreos y
paneras, despensas por excelencia, que a pesar de ser “protegidas” desaparecen impunemente.

Armando Palacio Valdes se sintió afectado, a finales del XIX por el conflicto de un mundo en transformación, era ni mas ni menos que la llegada de la minería a Asturias por ello escribió la Aldea Perdida:

*<< Después he visto aquel valle natal agudamente conmovido por la invasión minera. Su encanto se había disipado. En vez de los hermosos héroes de mi niñez vi otros hombres enmascarados por el carbón, degradados por el alcohol. La tierra misma había sufrido una profunda degradación. Y huí de aquellos paisajes donde mi corazón sangraba de dolor y me refugié en la imaginación en los dulces recuerdos de mi infancia. De tal estado de ánimo brotó la presenta novela >> *

El nacimiento de la minería fue duro en su confrontación con los campesinos; había llegado, después de muchos siglos, el cambio de hábitos, costumbres y tradiciones pero el beneficio de los salarios, no
siempre buenos, fueron de gran atractivo para la juventud que empezó a abandonar el campo para integrarse en la minería, dando lugar al abandono de pequeñas aldeas para habitar en villas próximas a las cuencas carboníferas.
Durante la guerra civil las aldeas volvieron a cobrar vida al llegar a ellas gentes procedentes de las ciudades en donde, por la carencia de trabajo y alimentos, crecían las bolsas de pobreza y miseria mientras que en sus
solares de origen las gentes tenían carencias económicas pero al menos contaban con recursos propios para alimentarse. Recuerdo la historia que en la peña del Mesón del Conde, en Madrid, me contaba mi amigo Ernesto Rasilla, quien conocía toda mi comarca porque el era uno de los niños que sacaron del cerco de Oviedo hacia las aldeas para que pudiesen comer.

En los años sesenta surge de nuevo el éxodo campesino, éxodo que aún no ha concluido y que se extendió por la Europa del plan Marshall al igual que antes había existido la emigración hacia América.

Llegó la hora de nuestro desarrollo y el abandono del mundo rural se hacía inevitable sobre todo porque el desarrollo industrial crecía en los cinturones de las grandes ciudades dando lugar al “estado de
bienestar” acompañado de la especulación y las grandes y fáciles fortunas, pero en el momento actual ese “estado de bienestar” empieza a ser cuestionado; las minas se han cerrado, las industrias han caído bajo lo
tremenda competencia de un mercado globalizado con salarios de miseria y se empieza a volver la vista hacia el campo como esperanza de “calidad de vida”, el problema es como lograr la recuperación rural cuando ha sido tan denigrada. Es tremendo contemplar como se ha despreciado un recurso natural de esta espléndida madre naturaleza que en todas las estaciones nos ofrece, con frecuencia, espontáneamente, sus frutos; pero los humanos somos tan torpes y tan teóricos que la hemos despreciado abandonando ganaderías y
cultivos para vivir subvencionados por las arcas del estado, en las zonas
rurales la vida es la misma que la de las ciudades, nuestra educación nos lleva a ignorar el nombre de las especies de animales, aves, árboles, plantas incluso, diría que se nos olvido el nombre del “garabato”, por haber
caído en desuso.

De día en día se puede contemplar como las sebes y la maleza van invadiendo nuestros campos abandonados y lo malo es que corremos el riesgo que también invadan nuestras mentes, sobre todo en el occidente de Asturias, donde la marginalidad, unida a la pasividad, va dejando vacíos unos espacios
que antaño habían sido grandes mercados o faenas de campo con vida propia. Ya cuestionamos el “ruralísmo asturiano” del que hablaba Ortega y Gasset, quizás porque hayamos entrado en la “banda ancha”.



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