El imprescindible

El imprescindible

Decía Publio Siro, escritor de la Roma antigua, que “quien solo vive para sí, está muerto para los demás”.

 

Como el ególatra tiene una visión distorsionada de la realidad que le hace creer que todos están obligados a quererle y a demostrar generosamente su cariño, el señor Aznar ha tenido que llevarse un berrinche monumental al encontrarse desasistido del afecto de sus correligionarios más significados en la presentación de su último libro de memorias.

 

El egocéntrico expresidente del gobierno, orgulloso en su día de abandonar el poder en la cúspide con solo dos precedentes históricos, Carlos V, recluido en Yuste, y Cincinato, retirado en una granja tras liberar Roma, ha sufrido un doloroso desaire fruto de un comportamiento arrogante que inexorablemente se estaba cebando con el gobierno del señor Rajoy, pero del que los ciudadanos siempre hemos estado acompañados, como si su inmodestia fuera algo ínsito. Basta recordar los continuos exabruptos proferidos por su excelencia fuera de España contra el gobierno del señor Zapatero.

 

Pero el señor Aznar no fue el primero que se comparó con Cincinato tras dejar el poder: en enero del año 1989, al abandonar la jefatura del Estado de Chile, el general Pinochet apeló al mismo emperador para amenazar con su vuelta (Roma fue nuevamente asediada y los romanos volvieron a ir a buscar a Cincinato), sin embargo, los chilenos no volvieron a llamar al dictador. Los dirigentes de su partido han escenificado que no le quieren ni en pintura, pero, ¿estará el señor Aznar esperando a que los españoles le llamemos de nuevo para salvarnos?  

 

Seguramente, por su servicio a España, debería merecer un reconocimiento que se hace del todo imposible por su proceder cicatero y arrogante. ¡No continúa hoy manteniendo el discurso de la conspiración diabólica cercana para atribuir la autoría ideológica del atentado del 11-M a otros que no son los islamistas! El mismo alegato que le hizo salir por la puerta de atrás de la historia, a él que presumía de ser un hombre de palabra, que miraba de frente a los españoles asegurando la existencia de armas de destrucción masiva en Irak y que, por razón del atentado y por temor a perder el poder que había prometido entregar a su sucesor, en los momentos posteriores a las explosiones telefoneó a los directores de los principales periódicos españoles para participarles que había sido ETA.

 

De lo que sucedió los días siguientes al 11-M, el señor Aznar culpa en sus memorias al PSOE y a IU, la peor izquierda de Europa, que no sabe valorar a una persona que “ha servido a España con decisión, entrega y una pasión que algunos pueden considerar hasta excesiva. Pero el señor Aznar no está hecho para ocultar convicciones. Por eso le duelen y desprecia tantas actitudes repugnantes que conoce....".

 

Ya decía el teólogo dominico italiano Silvestre de Ferrara, que “la felicidad del soberbio depende siempre de los demás, porque el honor no está en la potestad de aquel que es honrado, sino en la decisión de aquel que honra”. La felicidad del arrogante tiene una base y un soporte muy débil porque siempre depende del aplauso ajeno.

 

Es un comportamiento tipificado en el ególatra la ausencia de reconocimiento de un error y la construcción de una realidad de perfección en la que los otros son los culpables de sus desatinos. No lo dude señor Aznar, lo que sucede es que la mayoría de españoles hubiéramos querido ser Usted en la foto de las Azores. Si hay algo cierto es que también la gente importante termina en el cementerio. ¡Aunque se consideren imprescindibles! 

 

Imagen: ilustración satírica de Pawel Kuczynski

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