¿Existe Europa?

La salida de las Islas Británicas de la Unión Europea será noticia durante estos meses en los medios informativos.  Ya hay opiniones de todos los matices, análisis sesudos, embates  y altercados al gusto de cada cual. Igualmente rencor. Los episodios xenófobos han  comenzado a ser preocupantes. Palabras  amenazantes  contra los naturales de las naciones del Este que trabajan en  Inglaterra,  están desatando  racismo.

El  “Brexit” es una palabra que ha desgastado el léxico del continente, igualmente los aborrecimientos contra emigrantes y expatriados. Estos están esparcidos a lo largo de comunidad europea. Los  partidos de la extrema derecha cada vez son más fuertes en Francia, Polonia, Hungría,  Alemania, Italia, Rumania, Bulgaria, y en general en los territorios de los Balcanes.  Esa animadversión no ha cambiado en siglos. Los conflictos del XIX  y las dos recientes grandes guerras mundiales, continúan siendo la raíz que supura  un perenne drama cruel.

 No son palabras vanas: la humanidad nació amasada con mala levadura y su resultado permanece  intacto.

 Con la medida tomada en Londres, saldrán  infinidad de trabajadores  comunitarios. Igualmente  los empleados británicos  de las instituciones corporativas. No es un simple “Brexit”, es una  amarga palabra que ya escarcha las venas  en  infinidad de incontables personas.

 Es una veracidad que todas las crisis, grandes o pequeñas, son pasajeras. Pasemos la mirada  sobre la Edad Antigua, la  Media, la Moderna y la Contemporánea. De cada una ellas subsisten pedazos de historia que son al fin y a la postre el drama de las civilizaciones en su camino ineludible hacia el futuro.

“Europa, si bien se mira, no existe... Existen, en cambio, Europas”, decía Jacques Attali. Konrad Adenauer escribió una vez algo que él bien sabía: “La historia es la suma total de todas aquellas cosas que hubieran podido evitarse”.

Tal vez sea cierto, y pese al SOS que llevaba lanzando Bruselas cuando los ingleses comenzaron a pedir  un referéndum que decidiera quedarse o no en la Comunidad Europea, ahora muchos de ellos parecen ya confundidos.

 “Las grandes ideas humanas, eso es la cultura europea”. Lo  que Mann había aprendido de Goethe, y éste de Ulrico von Hutten, cuando un día puntual, el 25 de octubre de 1518, escribió una carta a un colega en la cual le explicaba que, no obstante siendo de  noble cuna, no deseaba ser un aristócrata sin habérselo ganado.

“La nobleza por nacimiento es accidental y, por tanto, carece de sentido para mí. Yo busco el manantial de la nobleza en otro lugar y bebo de esas fuentes”, expresaba.

Y en ese instante surgió la verdadera hidalguía, la del espíritu,  la nacida del cultivo de la mente para llegar a ser algo más de lo que también somos: animales.

 Y aún así, el país de Shakespeare, al que Harold Bloom llamó “una invención de lo humano”, llorará un tiempo su salida de Europa, y es que la capacidad de “pathos” tras la sutileza de Falstaff a la sublime inteligencia de Hamlet  o el   aterrador infierno de Macbeth, visto todo al día de hoy, es un problema  de pensamiento egocéntrico, cuando nos negamos a considerar  los derechos y necesidades de los demás, en este caso la entidad  comunitaria con sus expatriados y emigrantes.

 Creo que ha sido Jacinto Benavente quien dijo en un poema: “Yo, yo, yo…solamente los enamorados saben decir tú”.

 En estos momentos, a semana y poco más del sufragio, unos tres millones de británicos que votaron por el “sí” están arrepentidos: dicen que fueron engañados.

 Razón no le faltaba al filósofo y  novelista francés Bernard  Henry- Lévy, cuando ya en marzo del presente año habló  sobre el “Brexit” con una claridad pasmosa y una prudencia admirable. Decía  que tal vez nos encontraremos  el día después de la votación, ante lo que la crisis griega, ni la debacle  financiera de 2008, ni siquiera las maniobras de Putin consiguieron provocar: “la muerte del gran y hermoso sueño de Dante Alighieri, Edmund Husserl y Robert Schuman”. Se trataba del grito de Europa,  ese socorro  que tardará décadas en apagarse dentro de las comisuras del espíritu abierto, noble, generoso y coparticipe en ayudar a los más desposeídos: los que huyen de los conflictos bélicos

Nos pasaríamos media existencia hablando de esa gente extraña de Albión y nos faltaría la otra mitad para comprenderla. Los anglosajones son una isla en si mismos o, mejor dicho: “cada inglés es una isla”, frase que se le atribuye a Jorge Luis Borges.

Tal vez la verdad es que no aprendieron las lecciones del pasado que ellos tanto ayudaron a mantener: Una Europa unida que salvaría de la anarquía, la indigencia y la agresión a  los pueblos del egregio continente.




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