El árbol del recuerdo

La ciudad es un hervidero de credos, plegarias, y al peregrino, transitando entre las apretujadas callejas, le sucede lo mismo: soy parte del tumulto. Voy al encuentro  del campo desguarnecido, terroso, color pajizo, y así,  caminando sobre huellas de un pasado desperdigado en un tiempo inmemorial, llego  a un  bosque cuyos árboles son plantados cada día.  El boscaje  se levanta en las afueras de la ciudadela tres veces santa, Jerusalén. Allí hay un árbol plantado y una placa con mi nombre. Si sobrevive al clima global, seré  una brisa duradera del tiempo. Es decir, tengo raíces bajo la heredad de los profetas. Sobre esto hay una frase perdurable de Isaías: “Porque según los días de los árboles serán los días de mi pueblo”.

No soy judío, pertenezco al linaje de los cristiano viejos que maceró san Pablo; algo retorcido con las creencias milenarias, invadido de dudas, ceñido  en sayón, cirio y rumiantes oraciones sobre la comisura de los labios, el semitismo me impresiona por lo que surge de su humanismo, fuerza  que se mantiene encima de las propias tradiciones que son el tributo una raza talmúdica. Sin sustentáculo del pasado, el futuro termina convirtiéndose en polvareda.

La tierra, aunque sea un pedazo pequeño, es lo que moldea a un pueblo, ya que allí, entre los surcos cuarteados, se alza la  esencia primogénita de la remembranza.

 El árbol  plantado tendrá en sus raíces algo de mi propia esencia como ser que he vivido  abriendo ventoleras, risas, querencias, sudores, lágrimas y ensueños.  No sé en verdad si eso es trascendental, pero me siento bien y hablo como el poeta George Herbert: “Te bendigo, Señor, porque he crecido en medio de los árboles, que, puestos en hilera, te deben a la par, orden y fruto.”

 Al regreso del recorrido adquirí  duraznos en un   mercadillo árabe  al aire libre, ese fruto dulce, terso y suave,  que siempre nos recuerda al melocotón de nuestra infancia. La piel aterciopelada suele  ser variada: amarillenta, rosada, rojiza. La pulpa, tierna y jugosa.

El árabe-palestino le dice a nuestro guía que con las hojas y flores desecadas, se realizan decocciones  e infusiones con fines diuréticos y digestivos. La pulpa machacada se puede aplicar como mascarilla para tonificar el cutis. Se lo diré al regreso del viaje a  mi esposa.

 Entrando en Jerusalén cae el atardecer ceñido en nubes, como grumos de algodón, empujadas al encuentro  del llamado mar de Galilea o lago Tiberiades. Un remanso de agua dulce  cuya historia bíblica es  mayor que su extensión.

 



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