Un sorprendente punto de vista

El viajero que quiera penetrar en las bellezas de la capital del Principado de Asturias puede barajar dos alternativas. Una, de amplias miras –nunca mejor dicho-, que es la de contemplar la ciudad desde la cima del Naranco. Tiene ventajas e inconvenientes. Ventajas: contemplar la ciudad en su conjunto con la singularidad que emana del Palacio de Calatrava que, a semejanza de la muralla china desde el espacio, sobresale por su extravagancia y blanquecino color. Desventajas: no se perciben los detalles que caracterizan a Oviedo como una ciudad de belleza extraordinaria, limpia, elegante y de ensueño.

         La otra alternativa es la de situarse en el punto más estratégico de la ciudad que, ¡oh, sorpresa!, es un banco -¡por Dios, no de los que nos engatusan para darle a nuestro dinero destinos preferentemente perniciosos!-, sino un banco de los de toda la vida, de sentarse a tomar el sol o a descansar, y que es el último de los del Paseo de los Álamos, el situado más próximo al singular edificio de El Escorialín -así llamado por los años que duró su construcción equiparables, salvando las distancias, al Real Monasterio de El Escorial-, a los pies del monumento escultórico a Los Tartiere.

         Adecuadamente asentadas las posaderas del viajero en el banco en cuestión, le basta girar su cabeza hacia la derecha para tomar conciencia de las dos Instituciones sobre las que se asienta la autonomía de la Comunidad Autónoma del Principado de Asturias.

         Por sus tonalidades amarillas se identifica la sede del Consejo de Gobierno, esto es, del poder ejecutivo, y frente al mismo, vigilándolo, en su labor de control, el edificio mayestático y solemne del poder legislativo, la Junta General del Principado de Asturias.

         El edificio que alberga al Consejo de Gobierno no tiene un especial interés arquitectónico. Surge al calor del movimiento constructivo desarrollado entre los años 1882 y 1900 en el que se culminaron multitud de sedes bancarias como la Banca Masaveu, el Banco Asturiano, el Banco de Oviedo, el Banco Herrero, el Círculo Mercantil y el entonces Banco de España, sede actual de dicho poder.

         Por contra, el edificio que acoge al poder legislativo goza de una apreciable monumentalidad. Fue erigido en 1910 para sede de la Diputación Provincial, según planos de Nicolás García Rivero y sobre el solar del gótico convento de San Francisco y su templo-camposanto, derribados anteriormente en el año 1902. El autor logra una afrancesada composición, con fachadas historiadas —en las que cada uno de sus cuerpos centrales se adelanta— y cubrición a base de pizarra mansarda. El espacio interno se articula en torno a un patio central, techado e iluminado mediante lucernario, donde figura una extraordinaria escalera que se divide en dos, con leones rampantes a los dos lados. La decoración es copiosa y abarca muebles, guirnaldas, rostros y un gran reloj entre dos ninfas, entre otros delicados elementos ornamentales. Lo más atrayente es, seguramente, el salón de sesiones. Las pinturas al óleo de pintores asturianos salpican las distintas estancias. En el pequeño jardín circundante están representadas especies arbóreas de la región.

         Con un giro de 45º nos topamos con la catedral de Oviedo, auténtico buque insignia de la ciudad. Tiene sus orígenes en la basílica construida por Alfonso II, El Casto, bajo la advocación de San Salvador. Su construcción dura unos 400 años, con especial intensidad durante el S. XV, época en la que domina el estilo gótico-flamígero.

         De nuevo desplazamos nuestra vista otros 45º, y a través de la Plaza de La Escandalera, espacio de separación entre el Oviedo antiguo y el Oviedo moderno, y cuyo nombre trae causa en haber albergado las “escandaleras” que se montaron en distintas épocas en la ciudad, nos enfrentamos al Teatro Campoamor, construido entre 1883 y 1890, con aire de palacete italiano y bautizado con el nombre del poeta que triunfó en su tiempo. En la actualidad es sede de los Premios Príncipe de Asturias, por los que es conocido a nivel mundial.

         Nuestro último desplazamiento visual nos permite vislumbrar por encima de la Estación del Norte dos de las más nobles manifestaciones del arte prerrománico asturiano: San Miguel de Lillo y Santa María del Naranco.

         Política, religión, cultura, arte. ¿Qué más se puede pedir?

         Viajar no es caro, sólo se necesita la imaginación. Aprender a ver es el más largo aprendizaje de todas las artes.

 

 



Dejar un comentario

captcha