Si los parlamentarios van a tener un pinganillo para entenderse ¿no deberíamos recibir cada español uno en casa también? ¿O no importa que no entendamos?

Si los parlamentarios van a tener un pinganillo para entenderse ¿no deberíamos recibir cada español uno en casa también ¿O no importa que no entendamos

En una época en la que los recursos económicos son más escasos que nunca y la austeridad se ha convertido en la palabra de moda, resulta impactante presenciar cómo se gasta el dinero del contribuyente en el Parlamento Español. Recientemente, se ha planteado la posibilidad de permitir que los parlamentarios se expresen en cualquiera de los idiomas oficiales del país: gallego, euskera y catalán. La justificación detrás de esta iniciativa es la diversidad cultural y lingüística que caracteriza a España. Sin embargo, detrás de esta noble intención se esconde un gasto estimado de más de un millón de euros al año.

Mientras que la diversidad cultural es una riqueza que debe ser celebrada y respetada, también es importante recordar que la unidad es esencial para mantener una nación fuerte y cohesiva. Permitir que los parlamentarios utilicen diferentes idiomas en las sesiones plenarias del Congreso podría llevarnos por un peligroso camino hacia la fragmentación y la desunión.

El español es el idioma común de España, y es entendido por la gran mayoría de los ciudadanos. Sin embargo, no todos entienden gallego, euskera o catalán. ¿Qué mensaje estamos enviando al permitir que los representantes del pueblo se comuniquen en idiomas que no todos pueden entender? ¿No debería el idioma servir como un puente de comunicación en lugar de una barrera que nos separe?

Este debate nos recuerda la historia de la Torre de Babel, una narrativa que nos advierte sobre los peligros de la confusión lingüística y la división. En el relato bíblico, la construcción de la Torre de Babel, que alcanzaba los cielos, fue interrumpida por la confusión de lenguas entre los constructores. Esta confusión llevó a la dispersión de la humanidad en diferentes direcciones, marcando el inicio de la diversidad de lenguas y culturas en el mundo.

No estamos sugiriendo que debamos temer que las lenguas regionales dividan al país, pero sí debemos considerar si es prudente fomentar una mayor separación lingüística en un momento en que la unidad es más importante que nunca. Los idiomas son una herramienta fundamental para comprendernos y comunicarnos entre nosotros, y no deberíamos utilizarlos para crear divisiones y barreras en nuestro propio país.

Además de la preocupación sobre la unidad nacional, también surge la pregunta de si los ciudadanos tienen derecho a entender lo que se discute en el Parlamento. Si los parlamentarios pueden expresarse en idiomas que no son comprendidos por todos, ¿no debería cada español recibir un "pinganillo" para poder seguir las sesiones del Congreso en su idioma nativo? La transparencia y la accesibilidad son principios fundamentales de la democracia, y debemos asegurarnos de que todos los ciudadanos tengan la oportunidad de participar plenamente en el proceso democrático.

En conclusión, la propuesta de permitir que los parlamentarios se expresen en diferentes idiomas puede ser noble en su intención de reconocer y respetar la diversidad cultural de España. Sin embargo, debemos considerar cuidadosamente los costos financieros y los posibles impactos en la unidad nacional. El idioma debe ser un puente que nos conecte, no una barrera que nos divida. Y en una democracia, todos los ciudadanos tienen el derecho de entender y participar en el proceso político sin obstáculos lingüísticos. La Torre de Babel puede haber sido una lección del pasado, pero su mensaje sigue siendo relevante hoy en día.

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