La voz del autócrata

Hugo Rafael Chávez Frías, un mito hierático y exangüe si lo está, enfermo de cuidado o secuestrado en una clínica de la nomenclatura cubana, sigue representando en todo instante a Venezuela; aún así, nunca alineó sus ideas al servicio del pluralismo democrático.

 

Cuando pronunciaba discursos inflados de sofismas artificiales antes de caer extenuado  - hace un mes que nadie escucha  su palabra cuartelaria – explicaba  hacerlo en nombre del  pueblo catequizado , ficción teatral, o “un populismo de televisión” en términos de  Humberto Eco.

 

Al patógeno Chávez le sobró siempre  politiquería y le faltó  altura de estadista. Se empaló de lecturas socializantes de caduco uso  y tiene la convicción real de que la Patria se encarna en su persona, jurando, cuando los divergentes de su entelequia  la acechan, salvarla aún por encima de su existencia humana.

 

Mal que  inquiete, la  situación actual de Venezuela posee mucho de protervo tenebroso  y ruin, al  estar el Gobierno paralizado ante la enfermedad del Caudillo.

 

En la actualidad las decisiones se toman en Cuba, delante de un enfermo cuya respiración es asistida mecánicamente. Hendido como está, delirando la mayoría de las veces, Fidel y Raúl Castro son los amanuenses encargados de descifrar, en provecho propio,  los estertores del aquejado personaje,  cuidado como  recipiente sagrado.

 

En eso Fidel es  nigromante, domina  los resortes  del barinés y así la revolución cubana  no se haría  el harakiri económico en sus postreros años. Venezuela es un barril petrolero repleto de dólares. Adoptaría a Chávez. Castro jamás se preocupó por sus propios retoños: “De eso – decía – se encarga la revolución; yo tengo otros asuntos más importantes que tratar”. 

 

Huguito era distinto. Operaba una chequera en dólares impresionante y él le podía enseñar a manejarla, mientras le susurraba melosamente al oído: “En ti  vive Simón Bolívar y encarnas  la antorcha de la nueva   América libertaria”. Por si fuera poco, le apuntó algo que conmocionó hasta el tuétano al desarraigado jovenzuelo: “Eres, con mucho,  mejor jugador de béisbol que yo”.

 

 A partir de ese día, el astuto viejo pudo soltar cada mañana la palabra “¡bingo!”, al tener en sus manos el cartón ganador.

 

El último jalamecate del ochentón fue de órdago: “Yo ya me puedo morir, por mí no te preocupes Hugo: el que no se puede morir eres tú”.

 

A Chávez se le llenaron los ojos de agua y firmó otro multimillonario pagaré.

 

Cada decisión concerniente a los venezolanos emana del Palacio   de Miraflores, sede del poder ejecutivo  – ahora instalado en La Habana - , y no de las instituciones representativas de la nación, cuyos  organismos – rodilla en tierra -  están inclinados  ante el guía omnipotente.

 

“Un hombre honrado tendría que reprender y aconsejar seriamente a Su Majestad en persona”. Aún  peregrino, esto se lo dijo Hitler al Káiser. El Führer no asimiló su propio consejo, y una vez en el Reich, se rodeó de  aduladores.


El ejemplo no es baladí. La más terrible dolencia del poder es la obnubilación de la realidad, algo que en la Venezuela de ahora mismo no es una entelequia, sino una exactitud de espanto. 



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