Vaos a contar mentiras, tralrará

Ya estamos otra vez en campaña electoral. ¡Venga gasto que vamos sobrados! Vamos a empezar por las elecciones andaluzas. La principal candidata a ganarlas es una señora elegida por el más “democrático” de los sistemas: un dedo amigo. Los demás candidatos también tienen su aquél, por supuesto. Y los magos de la política comenzarán a prometer y prometer, a sonreír, a embaucar, a repartir carteles con fotografías retocadas en las que los rostros reflejan bondad, honestidad y generosidad. ¡Lo mejor del marketing en acción!

        Cuando todavía no nos habremos repuesto de estas supuestas estafas, supuestos engaños y más que supuestas decepciones, voila: Las elecciones de los elegidos de los dioses con su propósito de crear un nuevo reino para unos cuantos de ellos: ¡los privilegiados por la fortuna y por la estirpe!

        Y también el coste de esta campaña, como el de la anterior saldrá de los cada vez más esquilmados bolsillos de los contribuyentes, de los ciudadanos que todavía creen en ganarse el pan con el sudor de su frente y lo practican (los que tiene empleo, claro).

       Y finalmente, si Dios no lo remedía (que seguramente no lo hará porque Él anda distraído en otras cosas más celestiales que terrenales) tendremos las elecciones generales. Y será el colmo de las promesas supuestamente falsas, los engaños y las mentiras alcanzarán su miserable, despreciable cenit.

       Todos los partidos nos asegurarán que quieren gobernar para que el pueblo viva mejor. ¿Cuándo dicen pueblo se refieren a ellos y los que tienen cercanos, o a todos juntos, incluyendo a los que somos los demás?

       Lo triste, tristísimo, patético a más no poder de todo esto, es que habrá una multitud de cándidos, de desinformados, de descerebrados que no solo se creerán todas las falsedades y patrañas antiguas sino que, por la novedad, puede que se crean todavía más las falsedades y patrañas nuevas.

       ¡Dios nos coja confesados, que decía mi abuela!

       Con lo fácil que lo tenemos y no nos damos cuenta. No votemos. Que les voten el par de cientos de amigos, familiares y estómagos-agradecidos que tienen todos los candidatos, y nadie más. ¿Qué derecho se arrogarían entonces, con un mísero puñadito de votos, para mandar sobre todos nosotros, sobre nuestras vidas y sobre nuestros ingresos por duro trabajo, los que lo tengan?



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