Anhelos de menta

Estos días la escritura se hace paralelismo para el espíritu. Uno escribe suelto, como si un soplo de aire se posara entre las comisuras del alma.

 Uno sabe por Gustavo Adolfo Bécquer que en alguna parte hay “un rumor de besos y batir de alas”, algo empujando las campanillas y las enredaderas, por ello cuando estoy taciturno te recuerdo y todo parece nuevo.

 

Voy a tu lado despacio, con miedo de que el tiempo - viejo amigo - nos entretenga y nos haga escuchar su canción de los almendros en flor. Cruzamos la acera para despistarlo.

 

 La gente me mira con asombro al escucharme hablar solo, pues nadie sabe que vas a mi lado envuelta en sombras y voladuras de estrellas.

 

Todo en ti es vida, hasta tu sana y raudal desenvoltura, pero tengo un extraño presentimiento: te canso. Tus ojillos han comenzado a cerrarse y esa tierna cabecita de azabache que siempre me ha olido a heno y tomillo, quedará inclinada sobre mi brazo.

 

Duerme. ¡Qué bella estás con esos dos huequecillos formados al final de los pómulos rosados! Si es posible sueña, y en ese tejer dulzuras deja algo para este ser que te hizo de un poco de trigo y hierbabuena. También con jirones de mi alma titiritera.

 

  Cuando seas mayor como la retama que crece larga y flexible sobre el pozo del recuerdo, ten presente la querencia que siento por ti. Te ofrezco el mismo consejo que Juan, el cartero, puso en mis manos cuando salí del pueblo y no regresar jamás.

 

El decía con sapiencia honda: “No hagas daño a nada de los creado, al contrario, hoy son más necesarias que nunca almas y corazones predispuestos a entregarse a los demás, pues tan inmensa es la comprensión reinante sobre el mundo, que  cada día  hacen más falta seres que ni se intimiden ni acaloren ante los avatares”.

 

  Y para esto, nada mejor que un espíritu de mujer.

 

 ¿Escribo enredado? Espero que no.

 

Como siempre, al cerrar los ojos, de regreso a la vereda de la calle solitaria a la que por costumbre he comenzado a amar, siento en alguna parte de mi alma el cosquilleo ondulante de tu presencia invisible.

 

Aún así, hueles a lavanda, hojas de albahaca, melisa, menta, laurel... todo, frutos de la tierra consentida, mis hierbas más secretas.



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