¿Hacia un mundo feliz?

Cada vez que uno cambia de modo de vivir aunque se trate de la misma vida, se asusta por lo menos un poco. Y más, los mayores, y mucho más, los irremediablemente viejos, que ya estamos para pocas probaturas.

La vida, sin embargo, es mudanza de modos y de maneras, para enfrentarse con las que poco a poco se van teniendo menos fuerzas y menores habilidades.

Hay que aguzar y agudizar el ingenio, puede que convenga negociar con nosotros mismos, transigir entre el recuerdo y el proyecto imposible, para, por lo menos, reducirlo a los justos términos de un éxito si queréis relativo, pero éxito.

Ultima semana y penúltima quasisemana de un agosto otoñal.

De pronto, los más jóvenes se han ido, se adivinaba que con ganas, se veía que con las fuerzas renovadas y a punto.

Siempre ha sido un espectáculo el del regimiento en marcha hacia la incertidumbre.

Un regimiento en marcha, con sus cornetas y sus tambores, sus correajes y armas relucientes, las sonrisas de los héroes y la altivez de los adalides, es siempre un radiante espectáculo, una imagen inolvidable, una realidad, tal vez sueño, deslumbrante.

Lo malo es que más allá del horizonte, por debajo de la niebla alta de las laderas del monte de la transfiguración, están el polvo, el berro y la guerra, la miseria, las heridas y la muerte misma, regocijada en su esquina de gran moderadora de la miserable soberbia humana.

-¿A qué viene, hoy …?

Sesenta años después, he comprado y releo la autobiografía de Koestler. Nació en 1905, el mismo año que mi madre. Les tocó en suerte vivir a lo largo del terrible, tremendo, cruel y cruento siglo XX, durante el que muchos creyeron que, habiendo llegado al campo de la verdad, valía la pena tratar de arrancar y erradicar la mentira, levantar un muro y aislar para los escogidos un paraíso. Huxley le llamo “mundo feliz”.

No muy lejos de entonces, hay ya quienes están tentados de confiar a unas máquinas con inteligencia artificial el gobierno y la administración del mundo. Si no se mira al ser humano de arriba abajo, hay parcelas de su estructura esencial que dan miedo por la estupidez en que puede embarcarnos nuestra estúpida radicalización, la exageración de nuestro escepticismo, alternativa de la exageración de esa soberbia que nos tienta a cada paso, de estar definitivamente seguros de algo



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