Hola Rodrigo, hola Javier

Rodrigo y Javier son dos asturianos que desde la madrugada de este jueves, cinco de febrero de 2015, refuerzan el exiguo censo de poco más de dos millones que a lo largo y ancho del orbe conocido mantienen vivo a este pueblo, inscrito por derecho propio en la Historia de la Humanidad. Llegaron entre la nieve y las bajas temperaturas que nunca comen los lobos y que forman parte de las señas de identidad de su país de origen.

 

Rodrigo y Javier, como su hermano Illán, llegan a un mundo con problemas actuales y temores futuros. Con incertidumbres y peligros. Con amenazas de todo tipo ante sí. Pero no más, seguramente, que las que esperaban a sus abuelos, y a sus bisabuelos, y a sus tatarabuelos, y a sus tatatara y retatarabuelos. También llegan a un mundo en el que existe la belleza por doquier, en el que el corazón de las personas aún alberga la esperanza y en el que la generosidad, la caridad, incluso el amor, todavía son posibles y se manifiestan con más prodigalidad de la que a veces percibimos.

 

Rodrigo y Javier, tras la gesta heróica de su madre, como la de todas las madres, son la demostración palpable de que la vida se abre camino. Pese al egoismo de cuatro cabrones empeñados en reducir el planeta a escombros y mantener en la hambruna a grandes masas de población sólo para satisfacer su perverso e inmoral egoismo. Pese a la locura armamentista y al cuatrerismo financiero.

 

Rodrigo y Javier, poniendo con el latido de sus jóvenes corazones un poco de calor en esta gélida madrugada, hacen a uno pensar que el triunfo de la vida, la luz, la sensatez, la normalidad, aún son posibles. Y, sobre todo, llevan a uno a desear que lleguen a vivir en un tiempo nuevo, mejor, más limpio. Alumbramiento viene de luz. Y esa luz, repetida cada minuto por todo el planeta Tierra, invita a pensar que ello es posible.

 

Hola, Rodrigo. Hola, Javier. Bienvenidos.



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