No es rencor, señor Gallardón, es miedo

 

El Ministro Gallardón pide a los ciudadanos que no guardemos “rencor” hacia los jueces por “hacer lo que deben” con la “doctrina Parot”.

           

Afirma el Ministro que en un Estado de Derecho las decisiones de los tribunales a veces producen enorme satisfacción y otras sentimientos ciertamente distintos pero, en cualquier caso, deben ser acatadas porque los jueces actúan desde la más profunda integridad de quien está aplicando la ley o un criterio jurisprudencial.

Ciertamente, señor Ministro, a tenor de la valoración social del poder judicial, el sentimiento que producen los jueces no es de rencor, sino de miedo.

Miedo a los jueces a los que el Presidente de la Audiencia Nacional califica como “humildes” y ajenos a los focos, pero que al hacerse “famosos” por la notoriedad pública del asunto que investigan, convierten el juzgado en un circo mediático.

Miedo de aquellos jueces que creen que la delicada tarea de administrar justicia es una función y no un oficio, al que se puede acceder no por cualquier método, y no únicamente por el que garantice el mérito, la capacidad y la preparación exigible para desempeñar tan alto ministerio.

Miedo a los jueces demasiado liberales que siempre serán malos jueces aunque sepan más leyes que Papiniano.

Miedo de aquellos jueces que creen que tienen por misión arreglar el mundo y no evitar que se deteriore más.

Miedo de aquellos jueces que entienden que ser justo es hacer “su” justicia, prescindiendo de la ley.

Miedo de aquellos jueces que creen que su misión es vencer la criminalidad y no dar la razón a quien en un caso concreto tiene el derecho de su parte.

Miedo de aquellos jueces que creen que su misión es ejercer la venganza social.

Miedo de aquellos jueces que a través de sus resoluciones evidencian un incumplimiento flagrante de la obligación de motivar, así como un desconocimiento del ordenamiento jurídico y de las reglas gramaticales, ortográficas y sintácticas.

Miedo de aquellos jueces que aplican el Derecho Penal Simbólico que, a corto plazo, es tranquilizador, pero que a largo plazo es destructivo.

Miedo de aquellos jueces que hacen bueno a Séneca cuando afirmaba que “Nadie resulta inocente cuando su adversario es el juez”.

Miedo, en suma, a la patente politización del poder judicial que pisotea y entierra cada vez más profundamente a Montesquieu.

 



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