El espectáculo de alguno debates televisivos

De unos meses a esta parte, dos televisiones privadas, La Sexta y Telecinco, compiten casi a la misma hora de la noche del sábado con sendos y dilatados programas de debate, que a veces llegan a coincidir no solo en los temas de actualidad elegidos y en los intervinientes, sino hasta en las pausas para los minutos de abundante publicidad que uno y otro espacio insertan. Esto último prueba que ambos tienen popular seguimiento y que la fórmula o diseño de los dos -muy similares- resulta atractiva para el respetable.

 

Hace unos días leí en un periódico de Asturias que una televisión regional de naciente creación estudiaba la posibilidad de incluir en su programación, sirviéndose del magnífico profesional que lo presentó durante muchos años en Televisión Española, aquel extraordinario y exitosos espacio de debate que se llamó La Clave. Parece que José Luis Balbín no se mostró dispuesto a repetir la experiencia, acaso por entender que aquel diseño consistente en ofrecer una película y luego discutir sobre el asunto que versaba el film entre los especialistas invitados en el estudio, no tendría hoy la gran repercusión que tuvo en su tiempo. O quizá porque Balbín prefiera disfrutar de su bien merecido recogimiento jubilar, no sé si en alguna de las arcadias que todavía alientan en su tierra y la mía.

 

Si se analiza el carácter que tenía La Clave en comparación con los programas de debate que hoy se dan en la mayoría de los canales de televisión, con los dos nombrados como más ilustrativo ejemplo, lo primero que salta a la vista y al oído es la presencia del público y el protagonismo del aplauso cada vez que alguno de los invitados expone algo que sintonice con el criterio del respetable, bien sea animado o no por el realizador. Ambos factores, público y aplauso, determinan que el programa se convierta en espectáculo, incentivado a su vez por la presencia en el estudio de polemistas indeológicamente antagónicos, que hacen gala de rebatirse a gritos y mediante interrupociones reiteradas con tal de apagar las razones de su oponente y dar más calentura, que no reflexión, al espectáculo.

 

La sociedad española está tan necesitada o más, hoy en día, de los debates televisivos serios y sabiamente moderados que se ofrecían en el añorado programa de José Luis Balbín, donde lo que primaban eran las razones y exposiciones de sus dispares y respetuosos intervinientes -de todo punto imposibles ahora en la manipulada televisión pública,- pero mucho me temo que hayamos perdido capacidad para disfrutarlos ante la abusiva incidencia del debate incendiario como espectáculo de intervinientes que se atropeyan mutuamente y se vocean de continuo. Puede que su grado de atracción entre los televidentes sea proporcional a la simpleza espectacular de su diseño, porque es muy posible que esta sociedad sea cada vez más simple y menos respetuosa para escucharse y entenderse.



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