Un gran amor secreto

Alex Fernández, regresado de una ausencia de varios años que había pasado viviendo en un país extranjero, decidió una mañana acercarse al cementerio donde enterrada en un nicho se encontraba su madre, descubriendo, sorprendido, que dentro de un jarro habían colocado una docena de rosas rojas. Las tocó apreciando que eran naturales y estaban frescas. No tenían en la ciudad familiares que hubieran podido depositarlas allí, su padre muerto en el extranjero, unos pocos años atrás, tampoco podía haberlas traído él. Considerado todo esto, llegó a la posible conclusión de que alguien las hubiese dejado allí equivocadamente.

          Pero encontrándose con lo mismo una semana más tarde: una docena de rosas rojas, decidió entonces preguntarle a uno de los sepultureros que tiraba de una carretilla con macetas dentro. Y este empleado del camposanto le informó:

          —Todos los lunes por la mañana trae flores a ese nicho un hombre.

          Alex le dio las gracias y el lunes de la semana siguiente permaneció vigilante, cerca del nicho de su madre, y finalmente vio a un anciano de cuerpo encorvado, vestido con ropa humilde que depositaba las flores que lo tenían intrigado.

          Se acercó a él y tras presentarse como el hijo mayor de la difunta, le preguntó el por qué le llevaba flores a su madre. El desconocido le respondió conmovedoramente sincero, sosteniéndole con valentía la mirada:

          —Amé a esta mujer con toda mi alma, en secreto porque ella estaba casada.

         Sorprendido el joven le hizo una pregunta que le resulto embarazosa:

          —¿Y ella..? ¿Ella le correspondió?

         Una nube de profunda tristeza se extendió por el macilento y avejentado rostro del anciano.

          —Ella nunca supo que yo la amaba. Nunca me atreví a decírselo. Ella era tan hermosa y yo tan poca cosa…

           Se llenaron de lágrimas los ojos del hombre viejo. El hombre joven, conmovido, se compadeció de él y en un gesto generoso que le honraba le dijo:

          —Vamos a tomar un café juntos, y me lo cuenta todo, buen hombre.

          —Sí, me hará feliz que alguien conozca ese amor que he guardado secreto toda mi vida.

          Los dos hombres echaron a andar el uno al lado del otro hacia la salida. El sol, alargando sus sombras, las unió.



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