Úrsula y Fermina Daza

Macondo - la Troya moderna -  era un pueblo marcado por la fantasía y el tiempo imperturbable, donde había unos gitanos vendedores de todo lo imposible y un  cambalache de personajes  en cuyo epicentro una mujer, Úrsula, era la representación genuina del matriarcado ginecocrático, el cordón umbilical de una historia interminable donde el amor envolvía  cada acto de la realidad circundante en una marisma sexual y violenta.

  Ella, personaje central de la novela de García Márquez, es  segmento integral de una ceremonia de iniciación esotérica, ya que    en la trashumancia de luz, sombra y adivinación, la mujer renace en círculos de pasión, demencia y arrebatos y de tal forma, que sus  alucinaciones son parte íntegra de la realidad, tal como la agorera troyana Casandra.

Sobre ese equipaje sobrenatural y mitológico, alguien señaló que cada hombre o criatura proteica de  la novela,  es una copia caprichosa de la memoria cuando a ésta la cubre una neblina de bruñida soledad.

 Por  esas páginas de Gabo – El amor en los tiempos del cólera - cruza la historia de la Tierra en un santiamén, es decir, en un ciclo de cien años donde vamos de la prehistoria de la raza humana hasta el Apocalipsis. Y en medio se expande, más allá de sus propias posibilidades, la esencia femenina.

 Con Úrsula uno entendió a la mujer como una cadena invisible, pero palpable y real, cuya razón de ser es legitimar la relación física y la descendencia según principios extáticos.

Es demasiada mujer y da miedo. Con una sola mirada se posesiona de todo: piedras y alma.  Por eso entre ella y Fermina Daza, uno se queda por afinidad afectiva con esta última, pues en ese relato río arriba y río abajo, en “El amor en los tiempos del cólera”,  es donde la realidad deja de ser ilusoria, sublime, y se humaniza de una forma portentosa; tanto, que uno siente  los suspiros de ese romance construido de permanentes rechazos, separaciones y reencuentros.

 

rnaranco@hotmail.com



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