Aventurados bebedores

Vuelvo a releer “La leyenda del santo bebedor” de Joseph Roth,  al que tanto admiraba Stefan Zweig, y en lo personal me embelesa sus artículos contenidos en las páginas  de  “El juicio de la historia”, texto que repaso para razonar la Europa que actualmente nos cobija.

 El camino de   escritores valorados  a cuenta   de sus agudezas literarias y envueltos  en impetuosos ardores mundanales,  dieron un dilatado contenido a un trabajo literario de la  inglesa Olivia Laing. Su libro “El viaje a Echo Spring”, con el agregado “Por qué beben los escritores”, ha  retornado a un campo con hoyos inundados de alcohol, que han marcado – en estas especificas páginas  – la literatura  norteamericana del siglo pasado. 

Los seis de las páginas del libro son los más pasmosos literatos  en el siglo XX:   Scott Fitzgerald, Ernest  Hemingway, Tennessee Williams, John Cheever,  John Berryman y  Raymond Carver.

No obstante pudieran haberse fusionado Walt Whitman,  Truman Capote, Dylan Thomas,  William Faulkner y  cuantiosísimos más.  Las botellas atiborradas de altos grados representan  un océano cuyas orillas, en lugar de conchas, desechos de barcos, troncos y guijarros pulidos, son los desechos en sus  orillas de un drama de angustias desmembradas.

Nadie conoce con refulgencia   las causas por las que un escritor se emborracha hasta  perder la razón, y cuando despierta de su hondo abismo, renace dentro de él  la fibra de un temple que traspasa la imaginación más sobrehumana y crea momentos estelares sobre cuartillas  blancas.

No toda la gran  literatura se halla encharcada del impetuoso  alcoholismo, aún existiendo una relación de escritores dipsómanos  en las  variadas acumulaciones de sus creaciones insignes.

Un licor – coloquemos de ejemplo  el vino – necesita bebedores campechanos a la charla y a la sana hermandad; no obstante en la soledad, el espíritu se amplia, las ideas florecen y el cansancio desaparece, mientras el papel y el bolígrafo parecen estar allí, sobre la mesa, para destapar nuestras ansias interiores.

Es incuestionable que buena parte de la grande literatura no fue escrita con tinta, sino con vino. Recordemos aquí algunos admirables  creadores dotados  un talento reconocido: Omar Khayyam,  Gonzalo de Berceo, Bocaccio, Rabelais, Poe,  César Vallejo,  Juan Rulfo, Anthony Burgess Baudelaire, Paul Bowles y con ellos una caterva impresionante que aún continua.

Joseph Roth expresó duramente: “Así soy realmente: maligno, borracho, pero lúcido”.

El había tocado los profundos  fondos de su  espíritu,  y viéndose fatalmente exilado en París, aún pudo ver la niebla cuajada  del Sena que ya había matizado  en “La leyenda del santo bebedor”, folios que son la corona de laurel de su admirable escritura ebria.

 

rnaranco@hotmail.com



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