Días del Ramadán

Toda   abstinencia  religiosa  es una conducta que emerge   de la disciplina del espíritu  o de la propia moral de los creyentes en diversa religiones. No es una inmolación del cuerpo, sino el deseo de purificar los excesos de la vida cotidiana  ante la fe que profesan.

Tratándose del Ramadán, los practicantes han firmando  un  trato con su fundador, el profeta Mahoma, durante un mes completo, siendo la única creencia mística conocida que se ha mantenido desde el mismo día en que el Profeta escuchó de Alá los versos del Corán  hacia  el año 610.

 Durante ese espacio – un mes lunar de mayo -  los creyentes deben observar el ayuno, dar limosnas a los necesitados,  y a su vez practicar la abstinencia sexual desde el amanecer hasta la puesta de sol.

Marruecos siempre nos ha sabido a chumberas, salmuera y vinagre. Igualmente a  mirra, canela,  comino, aceitunas y pimienta, cardamomo, nuez moscada,  fruto seco de macis, pimentón y jengibre.

Y líneas aparte merece el té, ese santificado bebedizo que sabe y huele al propio Marruecos. Lo suelo tomar  mañana, tarde y noche. De manera permanente. Los tres o cuatro cafés morunos que visito los días que estoy en Rabat son parte de mí ritual.

En ellos se habla árabe o el dialecto berebere. Yo español. Y nos entendemos. Eso es lo que  arropa la amistad. Mi té verde es con hierbabuena, y bien tratado, uno sabe que aleja las malas penas.

El otro espacio  es la Medina y su zoco, ese mercado inmenso, abarrotado, increíble, inexplicable, azorado, tremebundo, donde hay todo lo imaginado y representa  la mística de la realidad misma  cuando la sabiduría coránica nos pide no descansar hasta llegar a la confluencia del río final que nos espera.  El mundo se divide en dos razones: la Medina y el resto del planeta.

Siendo mandato del Sagrado Corán, en las kasbas que protege la Medina y su increíble espacio,  no se duerme nunca. Bueno, salvado el mes del Ramadán en que toda  zona,  imposible de catalogar en palabras, queda en  un silencio vacío  que impresiona.

Vuelvo  a recordar a esta hora de la alta noche de Rabat donde  remiendo las palabras,  un lapso extenso   de una juventud trascurrida  en el Sahara Occidental  entre El Aaiún, Mahabes de Escaiquima y Smara, la ciudadela santa de los saharauis.

Rememoro los  anhelos dejados en un recodo atiborrado de pedruscos del río seco. Allí  las gacelas, a la caída de la tarde, buscaban la frescura  de las primeras brumas de la noche, mientra tomábamos  a sorbos infusiones de hierbas calientes.

Una larga mundología transcurrió bajo  las  jaimas teñidas de añil y olor a incienso recubierto con evasivas manos, brazos cimbreantes y miradas de vehemencia inclinadas sobre  el cuerpo entumecido del errabundo andariego.

Durante el mes de Ramadán, en cada una  de las mezquitas del planeta, con una frecuencia de cinco veces al día, se escucha el llamado a la oración que hace el almuecín   desde el minarete. Son los instantes en que lo creyentes mirando hacia La Meca se contactan con Alá a plenitud.

 



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