Los pajaritos de Nicolás

Dadle a un hombre de pocas luces  poder y sabréis de qué ambición está hecho. Si se pudiera abrir en canal  y auscultar sus  entrañas, nos espantaría el pavor mismo. De esa esclavina de oropeles, prebendas, cultos a su persona y serviles  adulancias,  pocos salen indemnes.  Al contrario, se les ensancha el ego ciclópeo y comienzan a gobernar con la convicción de que sin ellos el país se haría pedazos. Se sienten redentores y actúan   haciendo añicos todo código púdico.

 

Estamos hablando de Nicolás Maduro, patético y errático  presidente de Venezuela que va cercenado los pocos reductos de libertad de prensa existentes en el país caribeño.  En televisión, con un coraje plausible se mantenía Globovisión, hoy eso ya es una añorada reminiscencia

 

En esta turbia puesta en escena, nos llega el aguijón certero de “Pío Gil”, cuando en los albores primerizos de aquel pasado siglo XX de torturadores, capones, roñosos, espadones, mampuestos y  manilargos,  hizo entrega a los venezolanos  de  una lección de moralidad,  que ahora a manera ayer,  sigue siendo certera: 

 

 “Para ser feliz hay que vivir  en un estado de estupidez agresiva, como los de ciertos ministros y ciertos gobernadores nuestros”.

 

El poder ofuscada y lo cubre de una fogosidad inflamada. Solamente se distingue lo que se quiere ver, y suele ser bien poco,  al estar envuelta la moral en una crisálida  acerada. 

 

El filosofo  José Antonio Marina, en su teoría y práctica de la dominación, reconocer que ese frenesí, como la peste, mancha todo  lo que toca, conviniendo resaltar en la situación lo apuntalado por Cormenin: “Toda autoridad  que no reconoce  límites, crece, se eleva, se dilata, y por fin se hunde por su propio peso”.

 

Maquiavelo consideraba que el poder se centraba en cómo alcanzarlo y mantenerlo. La concepción del autor de “El Príncipe” era muy expedita: el engaño y la crueldad.

 

Aristóteles en su “Política” hablaba de   las argucias del tirano para mantenerse en el gobierno: “Envilecer el alma de sus súbditos”, “sembrar entre ellos la cizaña” y “empobrecer a sus gobernados”.  No ha todos, a unos les dejan robar a manos llenas.

 

 Con tan colosales portentos, el autócrata  caraqueño puede pagar en abundancia a los políticos de su tolda y  a los mandos de la  mesnada miliciana, e impedir que los ciudadanos, absorbidos por sobrevivir en esas zafias, tengan  tiempo de maquinar un complot.

 

 Si algo queda como esperanza, son las elecciones municipales de fin de año  de suma importancia en la oposición, si esta sigue unida o el gobierno no le desbarata, como está intentando hace  usando a los jueces.

 

Mientras,  Nicolás posee reunión directa con Chávez.

 

Estas palabras dichas en boca del  propio Maduro reflejan  la mentalidad del personaje que gobierna a trancazos  la tierra de Simón Bolívar y Francisco de Miranda:

 

 “Muchas noches – confesó hace unos días -  me voy al Cuartel de la Montaña – antes Museo Histórico Militar -  y me quedo dormido allí, sobre los restos mortales  del fallecido ex mandatario. Le hablo mucho”.

 

Y otro trance esperpéntico. Cada vez que dialoga  con el Comandante, quién murió el pasado 5 de marzo, se le aparece un pajarito.

“Ahí – dice emocionado -  va un pajarito cruzando el arco iris, después dicen que es mentira, qué culpa tengo yo, voy hablar con el Supremo Jefe y aparece el pajarito, mira y apareció otro, un amiguito”, aseveró el último día a su ayudante.



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