Una nueva clase política asturiana en el Foro de la Economía

Una nueva clase política asturiana en el Foro de la Economía

INTERVENCIÓN DEL PRESIDENTE DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS, ADRIÁN BARBÓN

 Nueva Economía Fórum Europa  

 

Madrid.-Empiezo con un agradecimiento a Nueva Economía por haberme ofrecido la oportunidad de expresar públicamente algunas reflexiones en este foro. También les agradezco a todos ustedes su asistencia y, lógicamente, las palabras de cariño y elogio que me ha dedicado la vicepresidenta Carmen Calvo. Como ven, inicio mi intervención cargado de razones para la gratitud. Espero concluirla sin haberles defraudado. Soy muy consciente de que la actualidad manda. De que, diga lo que diga, acabaremos arrastrados por la coyuntura política. Pero, de mano, antes de hablar de lo inevitable,  déjenme poner tiempo y tierra por medio y llevarles lejos, hasta la antigua Grecia, para recordar a Sísifo. Condenado por engañar a los dioses, fue castigado a subir una roca por la ladera de una montaña. El trabajo no sólo es agotador: ocurre que cuando está a punto de alcanzar la cima, la piedra vuelve a rodar cuesta abajo hasta el fondo del valle, y ese ciclo absurdo se repite sin fin. Ahora olvidemos a Sísifo. A él no le importará mucho, que en la eternidad los minutos cuentan poco, y al final de la conferencia desvelaré  por qué he elegido este relato mítico. Para explicarlo necesito dar un cierto rodeo argumental.  Hace poco más de dos meses asumí la presidencia de Asturias. 

Subrayé entonces que soy el primer jefe del Ejecutivo del Principado nacido después de haber sido aprobada la Constitución. Represento una nueva generación política, un hecho que tiene connotaciones positivas porque se asimila a iniciativa, empuje, audacia. Desde luego, pretendo que mi gobierno responda a esos rasgos, que canalice el fortísimo ímpetu de cambio que necesita Asturias. Sin embargo, por aquellas mismas fechas me apoyé en unas palabras de Pedro de Silva, quien lideró la comunidad autónoma desde 1983 a 1991. Para no manosear la cita, resumo que De Silva recomendaba a los próximos presidentes, a quienes le sucedieran, que no se dejaran atrapar por los vapores de la vieja Asturias. La paradoja es obvia. Un gobernante de nueva hornada hace suyo el consejo, plenamente vigente, de uno de los primeros presidentes de la etapa democrática. ¿Cómo es posible que después de casi 30 años no hayamos sido capaces de desprendernos de esas ataduras? ¿Tan mal nos ha ido? ¿Tan densas eran esas nieblas que aún no hemos conseguido disiparlas? Permitan que no pida permiso para ser audaz, ni disculpas por estar dispuesto a liderar el cambio, por darle un portazo a la inercia, al conformismo, al dejar pasar las hojas del calendario, que decía Maura. Aspiro a disolver ese engrudo de tópicos y pesimismo, un anclaje para la lástima que se convierte en excusa para la inacción. Me equivocaré, pero prefiero fallar por acción que errar por omisión. Tengo muchos objetivos para Asturias y todos comparten el mismo punto de partida: superar el discurso de la decadencia, dejar de regodearnos, como el enfermo que presume de sus miserias, en lo mal que nos va, en la falta de confianza en nuestras capacidades. Quienes tengan la paciencia de seguir mis intervenciones habrán advertido que insisto en la apelación al orgullo, en la recuperación de la autoestima. No es una terapia de autoayuda, sino una actitud con consecuencias sobre nuestro dinamismo socioeconómico.

Ya en 1994, la síntesis del informe Estrategias para la Reindustrialización de Asturias (ERA), que lideró Manuel Castells y cuya coordinación asumió Juan Vázquez, advertía de las consecuencias negativas “de una combinación de orientaciones cognitivas que actúan como frenos al desarrollo”. Por eso, conviene resaltar también nuestras fortalezas, para vencer ese bloqueo: en Asturias están hoy los centros de innovación de Thyssen, Arcelor Mittal o el Centro de Nanotecnología. También se ha fabricado parte del telescopio más grande del mundo o se ensanchan las fronteras del conocimiento en la lucha contra el cáncer y el envejecimiento de la mano de Carlos López Otín y su equipo investigador. ¿De dónde viene ese negativismo? A falta de una explicación más profunda, es probable que responda –al menos, en buena medida- al impacto acumulado de las sucesivas reconversiones que sufrió Asturias durante las últimas décadas del siglo XX. En esos años se produjo una fortísima transformación de nuestro tejido industrial. Asturias pasó de ser inilandia, el territorio hegemónico de la industria pública ligada al carbón y al acero, a lo que es hoy: una comunidad terciarizada, donde la actividad industrial estatal se ha reducido a la dimensión actual de Hunosa, el sector servicios aporta más del 60% del Producto Interior Bruto y el protagonismo empresarial corresponde por completo a la iniciativa privada. Intuyo que no es el único factor. Que hemos de considerar también el efecto del Estado autonómico. No es un asunto menor: desde el inicio, con el famoso “café para todos” del ministro  Manuel Clavero Arévalo, la imitación fue una de las líneas de fuerza del sistema. La repercusión de la emulación de rentas, bastante estudiada en la economía, también es trasladable a la política: recordemos cómo en la última oleada de reformas se imitaron cláusulas condicionantes de la inversión estatal (por cierto, la más famosa fue la cláusula Camps, impulsada por el ex presidente de la Comunidad Valenciana). Si los demás quieren, yo también. El caso es que con la generalización autonómica el agravio comparativo pasó a ser un argumento político (y mediático) recurrente. Antes no era posible, al menos no en los términos actuales: en un modelo centralista, la responsabilidad recae sobre el Gobierno estatal. Puede haber favoritismos, pero no responden a la capacidad de los Ejecutivos subcentrales. En Asturias, desde la aplicación de la vía lenta al autogobierno (artículo 143 de la Constitución) en adelante, se han sucedido las denuncias sobre supuestas marginaciones a favor de otras comunidades.  La siderurgia se achatarraba para privilegiar al País Vasco, se alertaba. O éramos condenados al aislamiento, pese a que disponíamos de conexión por autopista con La Meseta antes que Galicia y Cantabria. Era un argumento fácil, eficaz, comprensible, que no necesitaba mayor esfuerzo intelectual, y que se atribuía, también con facilidad y simpleza, a que Asturias carecía de peso en Madrid. Como es complicado pedirle a una sola provincia con algo más de un millón de habitantes que ejerza tanta presión e influencia como 8.4 millones (Andalucía) o la que suma  una población de 7.6 millones (Cataluña), se achacaba a la carencia de líderes de fuste. En fin, a un hecho real, una reconversión de indudables consecuencias socieconómicas, se añadieron otros factores que, si bien menos tangibles y más cuestionables,  actuaron como espesantes del pensamiento negativo, y el ensimismamiento, tan propio de una comunidad pequeña, contribuyó a su fermentación. La decadencia se convirtió en el común denominador de las críticas de los partidos de oposición, fuesen de izquierdas o de derechas. Ahora se habla mucho de transversalidad: nada ha habido más transversal en la política asturiana que el pesimismo. Estoy contándoles cuestiones que muchos ya conocen, pero es necesario situarnos. El caso es que a partir de los 80 en adelante, recién iniciada la andadura autonómica, se recrea un época dorada a partir de la cual el Principado se habría despeñado sin solución de continuidad por la pendiente de la decadencia. Pocas ocasiones se ha hecho el esfuerzo de imaginar si ahora aceptaríamos la magra red hospitalaria de entonces, la debilidad de los servicios sociales o la emisión descontrolada de contaminantes. Tanto se ha abusado de la imagen lastimera que hasta un presidente de la Federación Asturiana de Empresarios (FADE), Pedro Luis Fernández, nos invitó públicamente en junio de 2017 a “sacudirnos la tristeza”. El negativismo ha tenido consecuencias. Al menos se me ocurren tres, todas relevantes. a)En primer lugar, nos obliga a buscar espejos en el pasado. Es propio de las culturas de la resistencia. Ante un cambio, siempre se intuyen más riesgos que oportunidades, más peligros que horizontes. Es la gramática reaccionaria que explicaba Albert O. Hirschmann en sus Retóricas de la Intransigenciay que, traducidas a lo bruto, se resumen en que cambien ellos y yo, que me quede como estoy, por si acaso. Si añoramos una edad de oro, tiene sentido que queramos hacer de ese pasado idealizado nuestro futuro (el porvenir es el retorno al ayer). A los creyentes les debería servir de aviso la historia bíblica de la mujer de Lot, convertida en estatua de sal por volver la vista atrás. b)También nos anima a buscar los responsables fuera. Como no pintamos nada, a otros les privilegian, a nosotros nos maltratan. No es que no podamos, es que nos marginan de tal modo que no podemos sacar la cabeza. Hasta principios de este siglo (Aceralia se privatizó en 1997, la venta de Santa Bárbara se aprobó en 2001), era habitual achacar la debilidad de la  iniciativa privada a la asfixia causada por la elefantiasis del sector público, una especie de gran hongo tóxico cuya sombra impedía el crecimiento de las vocaciones empresariales. Las tasas de conflictividad laboral y la carencia de comunicaciones hacían el resto.

A propósito: hoy no queda industria pública, salvo Hunosa, la conflictividad ha disminuido, las comunicaciones están muy mejoradas y a algunos equipamientos se les critica por exceso, no por defecto (El Musel). Ya sé que modificar una mentalidad colectiva exige tiempo, pero al menos que consten los cambios. No sigamos aplicando una plantilla que ya no existe. c)Y, en fin, el negativismo es un antídoto contra la aventura empresarial. ¿Cómo animarse a invertir en un lugar cuyo rumbo inexorable es el declive? Paso a hablar del presente. He hecho esta introducción -muy personal, por supuesto- con un propósito. Asturias tiene que ambicionar futuro. Lo diré de un modo más severo y exigente con nosotros mismos: Asturias debe responsabilizarse de construir su propio horizonte. Para ello, hay un requisito previo: sentirnos capaces, reconocer nuestras capacidades, nuestras cualidades, incluida nuestra cultura. Es probable que en toda construcción nacionalista anide, con más o menos descaro, una vocación de supremacismo. Yo me declaro ajeno y vacunado ante semejantes tentaciones, pero no puedo dejar de asombrarme ante el desprecio que reciben los intentos de proteger nuestra cultura, incluida la lengua. Pienso si esas reacciones, a veces un punto acomplejadas, no serán otra expresión de la falta de autoestima. O de miopía, porque la cultura también es motor de actividad económica y generación de riqueza. Les añado un ejemplo: el prerrománico asturiano es un patrimonio cultural del que sentirse orgulloso, sí, pero sobre todo un potente generador de desarrollo económico. Estoy en un foro con una nutrida representación empresarial. Ustedes  viven en su día a día la realidad globalizada y saben que la soberanía económica es una quimera. Si alguna vez existió, hoy pensarla es un absurdo. En la era del capitalismo ultrafinanciero, cuando las informaciones se planean en función de los horarios de apertura de las bolsas o cuando un tuit del presidente de Estados Unidos repercute de inmediato en  los mercados, resultaría ridículo que confiásemos el porvenir de Asturias a nuestras exclusivas fuerzas y a mí tampoco se me ocurre sugerirlo: lo que les propongo es que actuemos con una conciencia de pertenencia, de sabernos parte de un lugar. Todos somos de algún sitio, las personas y también las empresas. Expresada esa cautela, repasaré algunas de nuestras fortalezas. Lo haré a partir de un planteamiento sencillo. En los últimos ejercicios, Asturias participa de la recuperación nacional. Desde hace cuatro años el crecimiento ha sido continuo, al igual que la reducción del desempleo (70 meses de descenso interanual consecutivo). Debemos trabajar para que la reactivación sea más vigorosa, pero no neguemos su existencia. Valorémosla como lo que es, un hecho positivo que nos permite asegurar que el Principado participa de la expansión económica y seguirá mejorando mientras España y la Unión Europea continúen en cuarto crecienteAsturias, además, tiene numerosas ventajas para la inversión: equipamientos, suelo, cultura industrial así como la plena disposición de mi  gobierno para facilitar nuevos proyectos empresariales. Ahora bien, a la hora de hablar de Asturias estamos obligados a hablar también del contexto estatal y europeo, y aun así nos quedaremos cortos. Pongamos primero la vista sobre nosotros.  Sabemos que en algunas materias jugamos con ventaja. Me atrevo a enunciar varias: La fortaleza industrial, unida a la alta cualificación laboral, es una cualidad estructural. Disculpen que entrevere la intervención de números y porcentajes, pero son bastante reveladores. En 2018 la industria aportó el 21,51% del PIB autonómico, cinco puntos sobre la media estatal (16,03). Con un porcentaje de empleo similar al nacional (14,01% frente al 13,96%) la repercusión sobre el PIB de nuestras industrias es notablemente mayor. La buena evolución industrial de los últimos ejercicios ha sido clave para que Asturias haya liderado el crecimiento de las exportaciones en los primeros seis meses de este año, con un aumento superior al 33%. El dinamismo turístico también es innegable. Estamos en el mejor año de nuestra historia. No seamos rácanos con las alegrías: entre enero y junio nos hemos acercado a los 900.000 visitantes, por encima incluso de 2017, el ejercicio en el que batimos todas las marcas. Aumenta el número de turistas de otros países, el efecto sobre el empleo es cada vez mayor y la aportación del sector se consolida sobre el 10% del PIB. Lo que es más importante: aún puede dar bastante más de sí. Estamos ante una actividad con un notable potencial de crecimiento, en la que estamos haciendo las cosas bien y a la que queremos darle un nuevo impulso en este mandato en colaboración con los empresarios. La viceconsejería de Turismo no se ha creado para dedicar un brindis al sol. La calidad de los servicios públicos es otro rasgo diferencial. Protestarán que no es un factor de desarrollo económico. Permítanme cuestionarlo: la educación, la sanidad y los servicios sociales no sólo tienen sus índices de retorno (muy elevados en las actividades relacionadas con la dependencia, por ejemplo), sino que contribuyen a reducir la desigualdad y, como ha subrayado recientemente Antón Costas, varias investigaciones llevadas a cabo en el Fondo Monetario Internacional (FMI) revelan que la mejora de la equidad favorece un crecimiento “más sostenible y sano”. Que la sanidad asturiana reciba una buena nota en el Barómetro Sanitario o que los indicadores educativos sean muy superiores a la media no manifiestan una debilidad, sino una fortaleza que contribuye al desarrollo. La conservación de los recursos naturales también es sobresaliente. ¿Que esto tampoco tiene vinculación económica? De nuevo, juego a la contra: la marca Asturias está asociada a la calidad, y esa calidad se vincula con los recursos naturales. Pensemos de nuevo en el turismo o, con una relación aún más explícita, en la industria agroalimentaria. La publicidad, maestra en la combinación de los mensajes, es reveladora. Fijémonos en las campañas de promoción turística o en los anuncios de potentes empresas agroalimentarias y calculemos hasta qué punto aprovechan la imagen natural de Asturias. La condición de paraíso natural es una etiqueta de valor. Es una descripción a brochazos, un tanto impresionista, pero comprensible. Luego, si quieren, debatámosla. Ahora, para completar la descripción, también estoy dispuesto a hablar de desafíos y debilidades, que a estas alturas son viejos conocidos. Empiezo con una incursión en un terreno movedizo. A mí nadie me tiene que explicar la necesidad de mejorar las comunicaciones. Soy el primer convencido de que es urgente impedir el colapso de las cercanías ferroviarias, de que hemos de mantener la presión para que la alta velocidad entre en servicio en plazo para mercancías y pasajeros, de que hay que ampliar la oferta de conexiones aéreas, recuperar la autopista del mar o acelerar la autovía hacia Cangas del Narcea. Lo que pongo en duda  es que hoy pueda asegurarse que la carencia de  infraestructuras impida el despegue de Asturias, tal y como se sostenía cuando no estaba finalizado el corredor del cantábrico, no existía la autovía minera o no se había iniciado siquiera la del suroccidente. A este respecto, hemos de jerarquizar las necesidades –hoy, apremian las cercanías y la alta velocidad ferroviaria- y, sobremanera, evitar distracciones con debates cuasi eternos, como ya nos ha sucedido en alguna ocasión. Pero, dicho esto, sí hay problemas serios. El mayor se llama desafío demográfico y, contra lo que a menudo se sostiene, no es exclusivamente una derivada de la crisis. Hay personas y parejas con estabilidad económica que deciden no tener hijos y las explicaciones son muy diversas. Cualquier sociólogo admitirá que junto con las apreturas salariales o la incertidumbre laboral confluyen otras causas, incluidas las pautas culturales. Cuestiones como la estabilidad en el empleo, la igualdad y no discriminación por género, permisos laborales y servicios públicos de calidad para garantizar la conciliación son elementos a tener en cuenta en nuestra reflexión. Pero hay que ir más allá. Contamos con el Plan Demográfico elaborado el anterior mandato, hemos nombrado un comisionado, estamos abiertos a considerar medidas tributarias y tomar ejemplo de lo hecho en otros países. Y en esta legislatura vamos a plantarle cara y reducir la brecha digital que existe entre el mundo urbano y el mundo rural. No iremos con anteojeras en la política demográfica, lo subrayo, sino dispuestos a sopesar con rigor todo tipo de propuestas sensatas. Ahora bien, tampoco nos engañemos: frenar la pérdida de habitantes y frenar la despoblación  necesitará tiempo, más de una década. Para recorrer ese tramo sólo valen luces largas, que nadie se engañe buscando el remedio al doblar la curva. Otro problema es la financiación autonómica. La traída, llevada, sobada y nunca resuelta reforma. Es difícil exagerar la importancia de un asunto que ahorma los recursos para la sanidad, la educación y los servicios sociales. Cada vez que se pone sobre la mesa, saltan los mismos resortes. Unas comunidades aseguran que están infrafinanciadas  (y cuál no, cabría preguntar).Unas rebuscan en el baúl del desván su deuda histórica. Otras reclaman que se atienda al número de habitantes. Otras, como Asturias, al envejecimiento y la orografía. Perdonen, pero toda esa discusión, al igual que los larguísimos polinomios que se construyen, valen de bien poco si no despachamos antes otras cuestiones previas. La principal, qué tipo de Estado federal (España no deja de ser un peculiar sistema federal) queremos. ¿Deseamos garantizar la equidad entre toda la ciudadanía? ¿Abogamos por un sistema competitivo o por uno solidario? Respondamos primero a esas interrogantes y luego encajemos las piezas. No hagamos al revés y luego unamos los puntos, como en los pasatiempos infantiles, a ver si lo que nos ha salido es un cocodrilo o un elefante. Partamos de un modelo de Estado claro. Discúlpenme la presunción, pero el Gobierno de Asturias sabe qué Estado defiende, uno que asegure la equidad en la prestación de servicios en todo el territorio. Lo sabemos y lo defenderemos donde se deben defender estas cosas: en la negociación multilateral que, en pie de igualdad, se desarrolle en el Consejo de Política Fiscal y Financiera. Y ya sé que estoy en Madrid, y que estoy metiéndome en la boca del lobo, pero al hablar del sistema de financiación pido también que se tengan en cuenta las decisiones fiscales de cada comunidad. Al menos, que quien rebaja impuestos y renuncia a ingresos se ponga colorado a la hora de reclamar más recursos. Esto también tiene que ver, y mucho, con el modelo de Estado. La competencia tributaria a la baja, en realidad un auténtico dumping fiscal, conlleva efectos colaterales, y no todas las autonomías partimos de la misma línea de salida. Madrid se beneficia tanto de la herencia centralista, y ahí está la estructura radial de las comunicaciones, como de su condición de capital administrativa. Por eso, cuando la presidenta Isabel López Ayuso decide liderar la carrera de saldos fiscales, el Gobierno madrileño hace un uso legítimo (en cuanto legal) de sus atribuciones, pero sus rebajas repercuten ya no solo sobre la devaluada calidad de la educación, la sanidad o los servicios sociales que ofrece a su ciudadanía, sino sobre la pujanza del resto de comunidades. Flaco favor se hace así a la solidaridad, y recordemos hasta qué punto el supuesto agravio económico ha alimentado los relatos nacionalistas. Así España no suma, así se resta España.  Por ello, y a riesgo de resultar incómodo, defiendo rotundamente una armonización impositiva entre las comunidades, es decir, una justicia fiscal que sea garantía de igualdad de oportunidades. El tercer reto es la transición energética. Antes subrayaba la tradición y la potencia industrial de Asturias. Sería realmente paradójico que esos rasgos positivos se volviesen en contra del Principado. Que tener una siderurgia moderna, ser exportadora de energía, contar con plantas de aluminio y zinc se volvieran factores negativos. O, a nivel europeo, y como ya alertó mi antecesor en el cargo, resultaría incomprensible que liderar la lucha contra el calentamiento climático derivase, a efectos prácticos, en la exportación de empleo y la importación de dióxido de carbono, porque ya saben que el CO2, al igual que el metano u otros gases de efecto invernadero, no declaran en la aduana. Antes hablaba de urgencias. En el catálogo de urgencias de nuestro siglo, hay algunas indiscutibles. Una son los movimientos migratorios. Y otra que no admite demora es echarle el freno al calentamiento climático. Repito las palabras que les dije a propósito de las comunicaciones: nadie tiene que convencerme de la necesidad de encararlo. Ni tampoco deben esforzarse para avisarme de que ahí se ensancha un espacio de oportunidades empresariales ligadas a la innovación y las energías sostenibles. Por eso precisamente queremos conceder un protagonismo especial al empuje de la ciencia y la innovación por medio de la consejería específica concebida para ese objetivo y con propuestas concretas: llegar a invertir el 2% del PIB en I+D+iLo que pido es que esa transición se haga de tal modo que no estrangule la industria europea, sin dejar atrás ni a empresas, ni a territorios ni a personas. La UE debe aplicar un ajuste ambiental, una tasa en frontera que impida la desventaja frente a las importaciones de otros países no comprometidos en la descarbonización. O lo es que es lo mismo, contaminar y poner en peligro el planeta no puede tener premio en forma de precios más bajos. Voy terminando, se lo prometo. Avisé al inicio que, hablásemos lo que hablásemos, acabaríamos en la coyuntura política. Yo también llego a ese destino, y no forzado. Recopilo los cuatro apartados que he enumerado: comunicaciones, desafío demográfico, financiación autonómica y transición ecológica. Ni uno solo –lo enfatizo: ni uno solo- puede ser resuelto sin Gobierno en España en plenitud de funciones. Para Asturias, como para España, el bloqueo político ha sido una irresponsabilidad, un paréntesis dañino que ha frustrado planes, retrasado medidas y añadido incertidumbres. Queda menos de un par de meses para que la ciudadanía vote. Estamos, de nuevo, en vísperas electorales. Soy el secretario general de la Federación Socialista Asturiana y ni se me pasa por la cabeza la pretensión de aparentar imparcialidad. Esa impostura exigiría un cinismo que no tengo. Pero créanme que soy sincero cuando afirmo que Asturias necesita un Gobierno en España plenamente operativo que apruebe medidas para abaratar el precio de la energía, como el estatuto de las electrointensivas, y promueva un plan industrial que tenga expresamente en cuenta la especificidad de nuestra comunidad;  un Ejecutivo que ejerza toda su influencia en Europa para implantar el ajuste en frontera; un Gobierno capacitado para elaborar unos presupuestos que garanticen recursos para mejorar las comunicaciones; un Gobierno, en fin, dispuesto a abordar el desafío demográfico como el problema de Estado que es y decidido a revisar el sistema de financiación mediante una negociación multilateral que desemboque en una reforma que garantice la equidad. Incluso, si voy a mayores, Asturias necesita un Gobierno que apremie a la UE y al Banco Central Europeo a aplicar estímulos fiscales y no reduzca sus esfuerzos a la política monetariaEs decir, Asturias necesita que su agenda política esté encima de la mesa del Consejo de Ministros, y para ello la mejor garantía es que quién gobierne en España tenga complicidad con Asturias, como el presidente Sánchez. Me refiero continuamente a Asturias y temo que me malentiendan: ni soy hipócrita ni tampoco tan egoísta como para no tener en cuenta el impacto de mis planteamientos en las demás comunidades. Pienso, y a su juicio someto esta afirmación, que todas mis propuestas benefician a España. Que es mejor un sistema de financiación basado en un planteamiento solidario que un cosido de retales, un patchwork descoyuntado porque no responda a un modelo claro de Estado. Que la atención a las comunicaciones del noroeste, con el impulso al corredor atlántico, contribuirá a un Estado más equilibrado. O que la consolidación de la industria asturiana favorecerá a empresas auxiliares en el resto del país. Es decir, que propongo a través de Asturias un proyecto común para  España. Y ahora vuelvo con Sísifo. Le había dejado en alguna ladera de un monte griego, no sé si en la geografía del inframundo, empujando cuesta arriba la enorme roca, cumpliendo la condena de unos dioses vengativos.  Es una historia mítica que alude al sinsentido de los esfuerzos inútiles. Otros presidentes antes que yo intentaron acabar con el discurso victimista, romper los grilletes del pesimismo. Preguntarán por qué me empeño en subir esa pendiente, cuando corro el peligro de que el peñasco vuelva al fondo del valle. Pues les diré por qué. Porque Asturias no está sometida a un castigo divino. Porque somos una comunidad con hambre de futuro, dispuesta a comprometerse en la construcción de su porvenir. Para eso les pido su complicidad, en especial a quienes representan la iniciativa empresarial: háganse cómplices no de este presidente, sino de la confianza en el futuro de Asturias. Sin ustedes, todo será mucho más difícil. Trabajemos juntos en hacer país. Yo les ofrezco la plena disposición del Gobierno de Asturias y toda mi colaboración. Antes aludí al Banco Central Europeo. Pues bien, hago mías las famosas palabras de Mario Draghi: yo me comprometo a hacer todo lo que sea necesario para acabar con el pesimismo. Que nuestro Sísifo descanse de una vez por todas.            

 

 

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