Parábola del buen morir

Parábola del buen morir

Pablo le preguntó a su madre, asustado ¿Dónde iré cuando muera? La luz se apagará, lo sé, pero ¿podré sentir la oscuridad? ¿Seguiré pensando? No me digas que se acabará aquí porque no me lo creo, esto -dijo golpeándose con los dedos las sienes- es demasiado potente, es más, creo que he vivido siempre, no concibo no vivir porque, incluso antes de nacer, sé que no estuve muerto, no tengo explicación pero sí la certeza.

 

Clara Sánchez, su madre, aquella tarde en la habitación del hospital le contó un cuento a su hijo de cuarenta años, enfermo terminal:

 

- ¿Recuerdas nuestras visitas a la feria de verano?

 

- Claro que sí, la esperaba más ansioso que el mismo día de Reyes - respondió sonriendo.

 

- Había una atracción de marionetas hinchables que se alzaban como gigantes con los brazos al cielo- relataba imitando el movimiento ondulante de los muñecos-. Un enorme ventilador, bajo la plataforma, insuflaba aire hacia arriba haciendo que aquellas figuras de tela cobraran vida.

 

- Les tenía un miedo terrible, parecían conversar entre ellos, realmente parecían estar vivos - añadió el hombre entusiasmado.

 

- Tenían un agujero en la boca, en cada ojo y en la nariz, provocando misteriosos sonidos. Te dije que el silbido que escuchábamos era su lenguaje, así se comunicaban, incluso así pensaban - dijo la madre.

 

- Me contabas que eran un grupo de rock que cantaban silbando y dándose codazos entre ellos como los Rolling Stones - comentó jocoso.

 

- Cuando se apagaba el ventilador aquellas marionetas se derrumbaban en el escenario en una montañita de ropa vieja.

 

- “Están muertos”, te decía - señaló mirándose la punta de los pies.

 

- ¿Y qué te respondí? ¿Te acuerdas?

 

- Que no era más que tela muerta, que los muñecos vivían en el aire, que el aire era la vida de aquellos títeres y sin él aquello no era más que un globo barato.

 

- Te dije que hablaban entre ellos cuando estaban inflados y, nunca te lo conté, pero: me pareció que uno y otro se citaban para flotar juntos hasta la chocolatería una vez que cerrara la atracción.

 

- Ellos no eran la tela sino el aire - concluyó Pablo.

 

- Seguramente los hemos respirado en más de una ocasión y nos han animado bailar - rio estentóreamente la  madre.

 

- ¿Soy una marioneta? - preguntó.

 

- No, tu cuerpo lo es, da igual de piel que de tela, incluso tus sentidos no son más que parte de un muñeco caducable - dijo acariciándole el pecho -. Tú, como yo, eres el aire, como yo lo soy, eres parte de las estrellas, como yo lo soy y seguiremos siendo. No eches de menos una carcasa porque tú eres mucho más, sólo ahora te das cuenta pero a tiempo para que no exista razón para el miedo por perder algo que no es eterno ni esencial.

 

- Tengo miedo a dejar de existir mamá - le confesó.

 

- Existir o no existir sólo es objetivo de las marionetas, eso no es importante, sólo es un silbido - le besó la frente y apartó su flequillo-. La gota de aire, que mueve todos tus engranajes de autómata, volverá a la nube a la que pertenece mi aire, y el aire de todos nosotros, el mismo aire en que flotan los planetas, el pegamento que une cada partícula del universo y el origen de todo.

 

- Vuelvo al origen - respondió.


- Simplemente dejas de ser una parte para volver a ser el todo.

 

- Igual que antes de nacer - finalizó. Besó a su madre y su interior dejó de silbar, simplemente porque ya no había nada que estorbara el aliento, ya no existía la armónica de carnes y huesos que hacía sonar la música de vida, el sonido que siempre nos ha confundido, engañándonos, creyéndonos que si no hay silbidos, palabras o
pensamientos no hay vida.

 

De Pablo sólo quedaba el aire silencioso, pero vivo, como antes y después.

 

 

José Ángel Caperán

Psicólogo en Gijón

Consultas a: jacaperan@gmail.com

C/Magnus Blikstad nº21 entresuelo D. Gijón

Teléfono cita previa: 984 052 925



 

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