El cuento de la lechera

Cada vez es más larga la relación de ayuntamientos que no podrán, según confiesan, pagar sus deudas, ni, por ley, perdonar las de sus deudores. De algún modo habrá que rescatarlos y tomar medidas para que esto no vuelva a ocurrir, en mi opinión muy sencillas, las corporaciones, uno por uno de sus miembros, tendrán que avalar su gestión y responder del resultado económico al final de cada legislatura. Cada cuatro años, cuando deba acudirse a las urnas, deberá hacerse arqueo, haber logrado déficit cero o responder personal y proporcionalmente de las diferencias en contra de las arcas municipales, habida cuenta de quienes votaron a favor o en contra de operaciones o de gastos o inversiones que resultaron deficitarios y de cuáles fueron.

Y quien dice ayuntamiento, según se va por la escala, dice diputaciones o gobiernos autonómicos y al final el mismísimo gobierno del Estado del bienestar.

Una administración razonable pasa por no endeudarse, y, caso de tener que hacerlo, que sea de modo razonable y que no produzca consecuencias más allá del tiempo prefijado para soportarlas.

Más allá de esos límites, únicamente deberían considerarse válidas las obligaciones contraídas por la totalidad de los partidos de cada cuerpo o corporación que hubiera aprobado el proyecto y sus costes, con el carácter de ordinarios o de extraordinarios y el deber afrontarlos por todos ellos, caso de resultar deficitarios al término de su plazo, más allá del de la legislatura. Y aún esas obligaciones aplazadas, deberían mantener el ritmo y la cadencia de los pagos previstos, haciéndose cuentas de los correspondientes, al final de cada legislatura.

Ajustarse a las previsiones legales es sencillo. No deben preverse gastos más allá de las previsiones de ingresos correspondientes, y si algo falla, hay que corregirlo, incluso con suspensión o supresión del gasto. Ni cuentas del Gran Capitán ni Alicia en el País de las Maravillas. No más decir que los bienes del común son de “ningún”

El otro camino es éste del cuerno de oro, las fantasías del rey Midas y la promesa de hallazgo de las minas del rey Salomón, el tesoro de la isla o el Dorado



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