El arte no tiene precio

El arte no tiene precio dicen. Y con esa afirmación se garantiza que la creación artística es imposible de tasar, al ser los ramalazos creativos del espíritu intangibles al papel moneda.

 

La frase es redonda sin duda, aún no teniendo veracidad. La destreza artística se compra con la misma bolsa que el contenido de un supermercado, y el precio depende de la oferta y la demanda, como sucede en  toda transacción comercial. El arte es puro negocio.

 

Este desmadre de poder adquisitivo  viene ahora a estas líneas   ante el hecho de que en la casa Christie´s, en Nueva York, se acaba de  subastar la bosquejo “Las mujeres de Argel” del malagueño  Pablo Picasso. El precio, portentoso: Se pagó la friolera de 143 millones de euros. Un desatino y hasta una afrenta.  La otra puja –  cuyo arte, si lo tiene,  es muy discutido – fue una raquítica escultura parecida a un extraterrestre con el nombre o mote de “El hombre que señala”. Una birria. El costo del esqueleto 126 millones de euros. Tres o cuatro años antes,   no lo tengo claro en la memoria, otra pantomima alargada de Alberto Giacometti,  llamada “El hombre que camina” – al suizo no le  cuesta buscar  títulos a sus filigranas -  fue adquirida  por 104,3 millones de dólares, superando el récord mundial adjudicado en una puja de arte de ese tiempo.  

 

¿Es una barbaridad? Sin duda.  Cuando ese bronce esquelético de unos  1,83 metros de altura, había sido valorado en el catálogo entre 15 y 22 millones de dólares. Es por tanto incomprensible abonar  un  dinero que triplica la estimación más optimista  al decir de los peritos.

 

Los críticos son más reacios: Estas casas de subastas – las dos mayores, Christie´s y Sotheby´s-  “son iguales que la Coca Cola: su mayor talento reside en su capacidad de marketing”.

 

Esas mujeres de Argel,   pinceladas de Picasso en homenaje a su amigo Henri Matisse, se adquirió en 1956 – y ya entonces se consideró una barbaridad -  en 212.000 dólares.

 

“El mercado del arte no rige la calidad sino la rareza y la moda”, dijo Paul Johnson, que  Picasso y otros “genios” –  ninguno es Velázquez -  venden a razón del negocio de los “marchands”, unos tahúres especialistas en la destreza    de engañar a incautos millonarios medio analfabetas.

 

No es una perogrullada  afirmar que  en la situación de crisis económica  actual, hacer ese alarde de ostentación bancaria encierra una bofetada a millones de seres en condiciones paupérrimas. Y no hablemos de Nepal, un país enterrado en escombros.  El dinero no tiene estremecimientos, eso es sabido, y aún así, algunas veces debería  demostrar un poco de vergüenza. 

 

Dudamos que un Picasso o un Giacometti, cuesten el monto alcanzado.

 

La mayoría de los compradores únicamente desean poseer las piezas,  vislumbrarlas con un inmenso placer no compartido con nadie, y en aras de conseguirlo,  no les perturba el precio a pagar.


Al final de ese lance de subastas en envueltas en rapacerías, hay algo que los marchantes poco  valoran: el arte es el esfuerzo de alma sensible intentando llegar más allá de la dignidad del espíritu, y si posible fuera, vencer las tinieblas  acercándose un poco más  a los arcanos de la vida misma. 



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