El Gobierno tira la toalla

 

Un Gobierno noqueado deambula por el poder sin saber qué hacer. Admite sin tapujos su incapacidad para mantenerse en pie y tira la toalla pero, paradójicamente, no abandona el ring a sabiendas de que el intercambio de golpes consecuencia del caos económico en el que deja sumida a la sociedad, sólo lo sufrirán los ciudadanos.

Pedro J., que para unos es un héroe y para otros un villano, pero que para todos es muy sagaz y agudo, comentaba el pasado domingo, con cita de Valera Ortega, que la manera menos insegura de evaluar a los gobiernos consiste en medirlos con arreglo a los resultados obtenidos en relación a sus propios objetivos. Es decir, examinándolos no de la asignatura que nos hubiera gustado que cursaran, sino de la que ellos mismos eligieron.

Esto así, a Rajoy habría que juzgarlo como creador de empleo, disciplina por la que él optó haciendo creer al electorado que estaba doctorado en la materia y que aun ante las adversas circunstancias el paro se iba a reducir drásticamente. Las hemerotecas, testigos pétreos del pasado, dan fe de la testimonial foto del actual Presidente en la cola del INEM y de sus palabras imputando a la gestión de un mal Gobierno la elevada tasa de paro.

Seis millones doscientos mil parados (27%), de los cuales el 57% es de paro juvenil, pintan un panorama desolador, desalentador y próximo al estallido social.

Ante esta situación, el Gobierno no encuentra más solución que la subida de impuestos, ignorando que tal proceder no es la solución, sino el problema.

Los presupuestos generales del Estado tienen dos ingredientes principales: el gasto público y el gasto político. El gasto público es el dirigido a la creación de empleo, a la obra pública que también lo crea, al gasto social, al gasto sanitario, al mantenimiento de la propia Administración, esto es, gasto productivo e improductivo en sentido estricto, pero siempre teniendo como norte el interés público, el bien común. El gasto político, como su propio nombre indica, es el dirigido al mantenimiento del aparato político e institucional, partidos políticos, grupos parlamentarios, sindicatos, organizaciones empresariales, administración paralela (sector público), esto es, gasto improductivo por definición.

Pues bien, en lugar de reducir el gasto político, como aconsejaría el sentido común y de estado, éste se incrementa (el sector público estatal ha aumentado considerablemente, al igual que el número de asesores y eventuales) y el gasto público se jibariza hasta el punto de paralizar la creación de empleo y asfixiar a una sociedad exhausta, agotada, que tiene que recurrir cada vez en mayor número a los comedores sociales para satisfacer sus necesidades alimenticias.

Paralelamente, esa misma sociedad tiene que comprobar atónita, indignada e indefensa como los que manejan las cajas de ahorro, nombrados dactilarmente, así como los miembros de sus consejos de administración, de designación política, cobran sueldos y dietas millonarias y, por tanto, ofensivas, máxime cuando han tenido que ser rescatadas por su nefasta gestión, por su falta de liquidez y por sus problemas de financiación.

Reducir el gasto político y, en especial, la administración paralela, el personal eventual, las subvenciones a partidos, grupos, sindicatos, organizaciones empresariales y a la banca, aplicar la flexibilidad de Bruselas para relajar el objetivo de déficit y para retrasar hasta 2016 el cumplimiento de la senda por debajo del 3% del PIB, a bajar impuestos o a planes de empleo para suavizar el ajuste público en su componente improductivo, deberían ser objetivos irrenunciables.

En el ámbito gastronómico es difícil saber cuándo un plato está completo. Suele apelarse a dos criterios. Para un chef francés, un plato está completo cuando no se le puede añadir más; para un chef japonés, cuando no se le puede quitar nada.

Rajoy ha sido capaz de aunar ambos criterios. El plato de nuestra economía está colmado. La sociedad no admite que se le añada más miseria, ni que se le prive de un solo derecho más.

Si el cocinero no lo entiende así, corre el riesgo de quedarse sin comensales.

 



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