El Príncipe no debe de ir a Caracas

 

 

Aún siendo la política el arte de todas las nulidades, y la falsedad de las posturas falsas, el Príncipe Felipe no debiera asistir a Venezuela para estar presente en la falsa juramentación  de Nicolás Maduro.

El hombre y su equipo de matones a sueldo ha quebrantado y  transgredido todos y cada uno de los valores que le dan  esencia a la democracia.

Posiblemente acuda para justificar otra falsedad más: los gobiernos no tienen amigos, sino intereses.

Ante la crisis política y social que atravesamos hoy en día en Venezuela donde todos buscamos que cesen las divisiones y el odio para dar paso a esa llama al final del túnel donde parece estar la paz y la unidad, decimos aferrados a esa pequeña y zalamera palabra: “...Porque hay un mañana, y tu esperanza no será aniquilada” “...También al principio, mientras los soberbios gigantes perecían, se refugió en una barquichuela la esperanza del mundo, y, guiada por tu mano, dejó al mundo semilla de una nueva generación” .

En Sociología Política diversos autores nos dicen que los encargados de intermediar, de servir de conductos, canalizadores o mediadores -es decir, de llevar el sentir, angustias y aspiraciones entre el pueblo y los poderes constituidos- son los partidos políticos, organizaciones civiles, religiosas, representantes vecinales, etc.: esas instituciones y agrupaciones tan necesarias en una sociedad democrática donde los derechos humanos sean respetados, y el estado de derecho debe imperar como norte. Todo con el objetivo de construir una mejor sociedad donde no exista tanta desigualdad social, económica, abandono, pobreza, marginalidad. ¿Y cómo hacer  esto posible en Venezuela? Pues aunque suene utópico, fortaleciendo las esperanzas, aunque estemos inmersos es una profunda crisis social, política y económica, que a veces nos hacen desesperarnos.

Los diversos representantes de los sectores más pobres, hasta de aquellos marginados de justicia y también de toda esperanza, deben articular acciones positivas para que sean ellos mismos, el pueblo, la gente sencilla, la gente de base, los constructores de este país, los constructores de esta sociedad civil,  en la que todos tenemos que aportar para lograr erradicar el odio, desconfianza, sospecha, desesperanza, desorden, injusticia, falsedad, manipulación y opresión

Ante la crisis nacional que estamos viviendo los representantes de los sectores más pobres deben seguir luchando con esperanza, no deben sucumbir ante falsas ideologías o ambiciones de poder, sino que deben seguir trabajando con ilusión para eliminar esas amenazas para la paz nacional y mundial como diría el Papa Juan Pablo II: la pobreza y el hambre. “La pobreza y el hambre corren el riesgo de comprometer en la base la convivencia ordenada de los pueblos y las naciones, y representa una amenaza concreta a la paz y la seguridad internacional”.

Los “representantes de las esperanzas” de este noble, bravo y sufrido pueblo venezolano deben tener siempre presente: La esperanza es una maravilla, un milagro, un misterio, un inesperado rayo de luz en medio de un mundo en el que la locura humana parece socavar todo fundamento... Ellos deben tener presente que nuestro país tiene una nueva oportunidad: la de construir su propio camino, su propio futuro. Y para que este sea fructífero, su objetivo, su búsqueda  deberá pasar obligatoriamente por el respeto a las leyes, a las metas a los compromisos éticos y morales asumidos con quienes siempre han tenido todas las de perder ante la injusticia social imperante antes y ahora: los pobres.

Como buenos venezolanos representantes de esperanzas debemos luchar contra la violencia y el egoísmo. El dilema en este mundo globalizado es cada día más vida o muerte. Dios nos llama a la vida que es la libertad y nos acompaña con el pueblo que sufre y espera salidas pacíficas a la crisis. Ante esto resulta imprescindible recuperar el sentido espiritual para insertarnos en la corriente histórica, reorientar la vida del país y tratar los conflictos en forma constructiva. De no ser así sería como poner una inyección letal a nuestro futuro para entrar al Infierno de Dante donde un rótulo indicará: “Pierdan toda esperanza”.

Venezuela hoy, más que nunca, necesita, el respaldo de países demócratas y principalmente España. Si el Príncipe de Asturias, por esas falsas e hipócritas razones políticas,  va a Caracas, avalará las barbaridades de un  gobierno bárbaro.            

 

 



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