No era de este mundo (Caracas, especial para Asturias Mundial)

Virtualmente los periodistas tienen obsesión con el ciudadano Hugo Chávez, ese endiosado hombre – era humano – que acaba de fallecer sin que nadie sepa a fe cierta que enfermedad tenía  y  esto es indiscutible  ya que el presidente venezolano fue un personaje  cuya certeza era el haber venido  a la tierra a ser “luz y no polvo de los caminos tortuosos”.

Cada cierto tiempo  siempre pasmó a propios y extraños.  Ahora, tras su misteriosa muerte y 14 años de gobierno absoluto y manejando la más fabulosa cuantía de dólares que vieron los siglos, se marchó de este mundo chaquetero a sabiendas que se fue sin saber  que miles de compatriotas vivieron  en chabolas - ranchitos en esa tierra caribeña -  con un  desamparo famélico.

Este hombre viajó mucho, pero  jamás de los jamases, si nos atenemos a sus palabras, se subió a la azotea del palacio de Misia Jacinta una noche diáfana a posar sus ojos sobre los atestados cerros caraqueños, ni bajó la cortinilla del supercarro presidencial para observar la realidad que le rodea. Quijotescamente hablando, vivió  en babia, se guarnecía en una pompa de jabón y observaba  la realidad de Venezuela tras unas bambalinas de seda china.

Contaba con el mejor equipo de información contrarrevolucionaria posible: el servicio secreto cubano. Manejaba directamente la red comunitaria más extensa nunca vista: 28 televisoras, 238 emisoras de radio, 320 medios de comunicación impresos y 117 espacios en la Web computarizada. Nadie tuvo tantos ojos, pero tampoco nadie vio menos. De nada parecía enterarse, aunque la realidad pasmosa es otra: no era informado, sus lacayos le engañaban, le contaban  cuentecitos dulces, relatos de agraciadas hadas y entonan melodías llaneras para dormirle.

Vegetó  en una caja de cristal en lo alto de una montaña sujetando los hilos del Partido Socialista Unidos de Venezuela para que ningún borreguito se le descarrile y así poder seguir mandando sobre vidas y haciendas.

Tampoco supo  que en cada rincón de la nación  cientos de mendigos dormían  en las calles. El tráfico era el  horror. La basura  carcomía – y lo sigue haciendo - los espacios públicos.  El área metropolitana gobernada por sus dos domésticos más prominentes,  era – y es - el reflejo de la desidia. Los homicidios superan las cifras de cualquier conflicto bélico. Aún así, por  lo demás: no hay novedad en el país de jauja.   Todo marchó a paso de vencedores.

Al final, tras su defunción, debemos ser comprensivos: Chávez ignoraba la existencia de las miles de  ranchitos al no pernoctar  en esa heredad de gracia. Hace tiempo se fue allende las fronteras venezolanas   a deshacer entuertos, repartir morocotas (doblones de oro) y luchar contra el imperio del mal: Estados Unidos.

Hoy un viejo amigo de caminos, ilusiones, luchas, anhelos y esperanzas – el autor de estas líneas - le dice: el buen Dios que te acompañe. Ya nos veremos en otra eternidad.



Dejar un comentario

captcha