Trabajadores con décadas de experiencia son descartados a partir de los 55 mientras se les exige retrasar la jubilación
Algo muy grave está ocurriendo en el mercado laboral español y empieza a ser imposible disimularlo con cifras generales. España está expulsando a una generación entera de trabajadores. Por primera vez en décadas, el paro entre los mayores de 55 años ya es superior al del grupo central de edad, el de 25 a 54 años, el que tradicionalmente sostenía el empleo y la productividad del país.
No es una fluctuación puntual. Es un cambio estructural que se consolida desde 2023 y que en 2025 deja una imagen demoledora: trabajadores con 30 y 40 años de experiencia quedan fuera del mercado laboral justo cuando el sistema les exige trabajar más tiempo para garantizar las pensiones.
De ser el grupo más estable a convertirse en el más vulnerable
Durante décadas, los mayores de 55 años presentaban tasas de empleo superiores a las del resto de la población activa. La experiencia protegía. Hoy, esa protección ha desaparecido. El 9,8% de los sénior está en paro, frente al 9,4% de los trabajadores de 25 a 54 años.
Pero el verdadero drama no está en la décima de diferencia, sino en lo que ocurre después del despido. Para un sénior, perder el empleo no suele ser un tránsito corto: casi seis de cada diez llevan más de un año buscando trabajo. La probabilidad de volver a entrar en el sistema cae en picado con cada mes que pasa.
Cuando consiguen trabajo, es peor y más precario
La reinserción laboral, cuando llega, suele hacerlo en condiciones mucho peores. Más de la mitad de los mayores de 55 años que encuentran empleo lo hacen con contratos temporales, muchos de ellos de muy corta duración. Aparecen con fuerza los contratos “de aguante”: jornadas inestables, horarios impuestos y empleos muy por debajo de su cualificación.
Personas que dirigieron equipos, gestionaron proyectos o sostuvieron empresas acaban aceptando puestos elementales, no por falta de capacidad, sino por pura supervivencia.
La tecnología acelera, pero el prejuicio empuja
La digitalización está actuando como acelerador de un problema previo: el edadismo. Las empresas siguen asociando juventud con flexibilidad y aprendizaje, y edad con rigidez y coste. El mensaje implícito es devastador: a partir de cierta edad, invertir en ti “no compensa”.
Así se produce la paradoja más cruel del sistema laboral español: se exige experiencia, pero se penaliza a quien la tiene.
Una brecha brutal dentro del propio colectivo
No todos los sénior caen igual. Quienes han tenido carreras continuas y cualificadas resisten mejor. Pero quienes han sufrido interrupciones —crisis, despidos, cuidados familiares, enfermedades— entran en una espiral casi irreversible. Cada mes fuera del mercado reduce las oportunidades y empeora las condiciones de reentrada.
A partir de los 55, el mercado laboral español no perdona los tropiezos.
El golpe económico: volver a empezar cuando ya no hay margen
El impacto salarial es devastador. Mientras los sénior con carreras consolidadas pueden superar los 40.000 euros anuales, quienes vuelven al mercado tras un despido tardío caen a sueldos de supervivencia, propios de empleos de entrada.
Es volver a empezar sin tiempo, sin red y con obligaciones económicas intactas.
Una sociedad que pide más años de trabajo… y cierra la puerta
España alarga la edad de jubilación, pide carreras más largas y reclama sostenibilidad del sistema. Pero al mismo tiempo expulsa del mercado a miles de personas cuando aún les quedan diez o quince años por trabajar.
No es solo una incoherencia económica. Es una bomba social.
Una tragedia silenciosa que ya no se puede ignorar
Este aumento del paro sénior no es un dato técnico ni una curiosidad estadística. Es una alarma social. Cada número es una persona que pasa de sostener el sistema a sentirse descartada por él.
Un país que renuncia a su gente más experta no solo pierde talento.
Pierde cohesión.
Pierde dignidad laboral.
Y se encamina hacia una crisis mucho más profunda de la que reflejan los titulares optimistas.
